Revista Opinión

“El declive del Imperio Europeo”, por Javier López

Publicado el 03 junio 2016 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Mientras Europa afrontaba ensimismada la gestión de la crisis del Euro, a su alrededor se fraguaba la mayor crisis de refugiados desde la II Guerra Mundial. La gestión de la Gran Depresión ha empobrecido al continente y lo está polarizando pero la crisis de los refugiados es la primera que afecta al centro y no a su periferia. El continente ya conoce de mano del Imperio Romano como una mala gestión de una crisis migratoria puede desbordar a un gran poder político. Y, ¿qué está pasando a nuestro alrededor?

Guerras de baja intensidad en Iraq y Afganistán desde la invasión estadounidense. Una terrible guerra civil en Siria que, de momento, ha costado la vida a 300.000 personas. Un caos institucional en Libia que ha convertido al país en el hub del yihadismo internacional entre el Sahel y Oriente Próximo. Egipto convertido en un polvorín bajo una dictadura que ha frustrado los anhelos de Tahrir y terribles regímenes totalitarios en el Cuerno de África.

La ribera sur y oriental del Mediterráneo corre el riego de convertirse en una región fallida. Los estados fallidos y las proxy-wars que enfrentan al mismo tiempo a las dos grandes potencias político-religiosas de la zona, Arabia Saudí e Irán, y a los dos grandes bloques del siglo XX, USA y Rusia, se entrelazan con fronteras mal diseñadas, dictadores y sátrapas, fuertes intereses económicos y conflictos tribales y sectarios.

La región es la máxima expresión de la geopolítica del caos. Un caos derivado del vacío de poder provocado por diferentes razones. Una Unión Europea que no ha sabido ejercer un papel relevante ni eficaz en su vecindad. Intervenciones militares fallidas y sin planes de futuro. La paulatina retirada americana de la zona substituida por su conocida nueva estrategia: Pivot to Asia. Una primavera árabe que fue suficiente para derrocar a dictadores pero insuficiente para construir nuevas democracias.

La situación de los países árabes cinco años después de las 'primaveras'. Fuente: The Economist
La situación de los países árabes cinco años después de las ‘primaveras’. Fuente: The Economist

El gran beneficiado de este vacío ha sido el extremismo y la radicalización. El autodenominado Ejército Islámico, un subproducto de la descomposición del ejército de Sadam. El EI ha acabado utilizando el sectario gobierno de Bagdad y la Guerra de Siria para construir un para-estado en forma de califato que ha puesto en jaque las fronteras Sykes-Picot. Una organización con ramificaciones que van desde Nigeria hasta Indonesia.

Y bajo el tablero geopolítico de Oriente Medio, millones de vidas. Millones de personas que han huido de la violencia y los conflictos en busca de protección y refugio. Primero a Turquía, Líbano y Jordania y desde el 2015 a Europa.

Una llegada desordenada y masiva de más de 1 millón de personas a la Unión Europea que ha convertido el Mediterráneo en la frontera más mortífera del mundo. La ausencia de un verdadero sistema de asilo europeo y canales legales de entrada está desbordando a los países de destino, principalmente Alemania, y a los de tránsito, especialmente Grecia.

Las rutas migratorias hacia Europa. Fuente: The Economist
Las rutas migratorias hacia Europa. Fuente: The Economist

Tras el vergonzoso fracaso de un sistema de reubicación que debía permitir repartir el esfuerzo de acogida, la llegada de refugiados puso en cuarentena uno de los mayores avances de la integración europea: el espacio Schengen. El cierre de fronteras dejó atrapadas a miles de personas en condiciones inhumanas en Grecia y los Balcanes. Véase Idomeni. Y con el objetivo de evitar males mayores durante el verano del 16 y de reducir la llegada de refugiados, la UE firmó un acuerdo con Turquía que pone precio al alma de Europa y completa la nueva política del viejo continente: un cerrojo en el mar Egeo.

Los efectos de esta nueva crisis de Europa no son inocuos. Agrava la polarización y agranda las brechas norte-sur y este-oeste que resquebrajan al proyecto comunitario. Un proyecto ya muy debilitado por la situación socio-económica y que contiene la respiración ante el próximo referéndum en el Reino Unido sobre Brexit/Bremain.

Pero la crisis de los refugiados pone de manifiesto algo mucho más grave e importante. La incapacidad de Europa para encontrar su lugar en el orden mundial del siglo XXI. Sin una orientación clara y decidida en el exterior y con una gobernanza económica común incompleta que sólo hace que agravar nuestras diferencias. Un modelo social maltrecho y una vecindad que es la quintaesencia de nuestra incompetencia como actor transformador en pro de los derechos humanos y la democracia.

Tras pasarnos varias décadas hablando de la decadencia del imperio americano, comparemos con Europa. Estados Unidos, tras sortear la crisis financiera con una eficaz política económica y monetaria, crece, tiene una tasa de paro en mínimos históricos y una moneda fuerte que la protege de las turbulencias derivadas del sobreendeudamiento.

Y a su vez, gira hacia el Pacífico con la mirada puesta en el nuevo eje del mundo y abre un nuevo capítulo en sus relaciones con América Latina y Oriente Medio tras recomponer los puentes con Cuba e Irán. Estados Unidos está jugando sus cartas para mantener un importante rol en el mundo multipolar que emerge. La sola comparación con Europa sonroja.

La gran paradoja que la UE debe afrontar es la siguiente. Mientras la opinión pública padece de un repliega nacional en muchos lugares con tintes reaccionarios por una mezcla de miedo, desprotección e impotencia sólo una mayor y sobre todo, mejor, integración puede hacernos salir del atolladero. Porque para proteger nuestro modelo social, asegurar un progreso justo y equitativo, mantener instituciones democráticas fuertes y alzar la voz en el mundo en defensa de nuestros ideales los europeos nos necesitamos como nunca nos habíamos necesitado.

Sería bueno que tuviéramos en cuenta algunas lecciones de la historia a la hora de gestionar nuestro presente. La caída del Imperio Romano de Occidente en el 476 tiene sus raíces en una mala gestión de una crisis migratoria. En el siglo IV los godos iniciaron un descenso hacia territorio romano en busca de refugio huyendo de los derramamientos de sangre de los hunos.

“El declive del Imperio Europeo”, por Javier López
El mapa de las “Invasiones bárbaras”

La frontera natural entonces fue el Danubio, que se estima cruzaron 200.000 personas en el 376. Pidieron ser acogidos como súbditos y luchar junto con los romanos. La mala gestión en su integración y abastecimiento, junto con la corrupción de los oficiales del Imperio, acabó rebelando a los Godos, que pasaron de querer convertirse en romanos a destruir Roma.

El 3 de Agosto del 378 se libró la batalla de Adrianópolis que enfrentó a Godos y Romanos. Una de las mayores batallas nunca vistas hasta entonces acabó con la masacre de 30.000 romanos y significó el inicio de la decadencia del Imperio Romano de Occidente. Lo conocemos como las invasiones bárbaras.

Hoy ni nos invade ni nos invadirá nadie. Pero este capítulo de la historia nos recuerda algunas cosas. Los conflictos y el instintito de supervivencia son tan antiguos como el hombre. Pero depende de nosotros encontrar mecanismos flexibles, inclusivos e integradores que permitan adaptarnos a los grandes movimientos migratorios. Adaptarse a la realidad. Porque de su capacidad de adaptación siempre depende la supervivencia de los grandes imperios.

El Orden Mundial en el Siglo XXI no se hace responsable de las opiniones vertidas por los autores de la Tribuna. Para cualquier asunto relacionado con esta sección se puede escribir a [email protected]


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