Decrecimiento quiere decir menos consumo, menos energía, menos empresas, menos impuestos, menos gasto público, menos instituciones...
En definitiva, menos es más. Cambiar cantidad por calidad.
¿Puede nuestra sociedad asumirlo?
Habría que adoptar nuevos hábitos de consumo y movilidad, evitando la economía del despilfarro en la que vivimos y evolucionar hacia una economía sostenible y compatible con el medioambiente.
Eso supondría también una reforma de los mercados financieros y de las instituciones públicas. Y una refundación de nuestras normas de convivencia.
Sigo diciendo que sería un gran reto, pero el problema es que quizás es inevitable.
Sería inevitable un nuevo sistema económico, pero también un nuevo sistema político; quizás también una democracia más inclusiva y participativa. Y, desde luego, un modelo económico en el que el beneficio privado no fuera el elemento de valor prioritario.
No es imposible que se produzca un cambio en esa dirección, pero ese cambio, enorme, será muy complejo y conllevará verdaderos terremotos sociales, pero, vuelvo a insistir, es inevitable. Cuanto más tardemos en ponernos a ello, mayor será el daño que le haremos a nuestro planeta, y más difícil será recuperarlo.
Solo a la luz de estos pensamiento, creo, podrá entenderse la revolución geoestratégica que vamos a vivir en este siglo.