Sentado en el poyete de entrada a una tienda que lleva varios años cerrada se encuentra un joven de tez negra como el azabache, viste un chandal y lleva la capucha puesta. En su mano derecha sostiene el bote con el que pide limosna a todo transeúnte que pasa cerca de él. En un momento determinado un viejo con sombrero de paja a lo Maurice Chevalier se acerca a él, le saluda quitándose el sombrero y extrae de su bolsa de mano un pequeño florero de cristal que coloca en el poyete junto al mendigo, a continuación de una bolsa de plástico saca una hermosa rosa blanca y la coloca en el florero. El negro con irritación inicia un diálogo con el extravagante transeúnte.
— ¿Te ríes de mí...? ¡Ojala no tengas que verte como yo! No puedo comerme tu flor, lo que necesito es dinero para comer y poder pagarme una pensión donde dormir.
— ¿Solo necesitas eso?
— Sin lo que te he dicho las demás cosas que deseo carecen de valor.
— ¿Crees que nada posees?
— A la vista está
— Pues debes de estar ciego.
— Otra vez te cachondeas de mí -contesta furioso y con los ojos encendidos.
— Yo no me cachondeo de ti, disfruto del misterio que eres y la flor que te he regalado pretende ser un espejo de tu belleza interior.
— ¡Además racista! Pues no va y me regala una rosa blanca...
— Escucha atentamente: ni tú ni yo sabemos en el fondo por qué hemos nacido en las circunstancias que lo hemos hecho, nos une, como a todos los seres humanos, el misterio de nuestra existencia. En ese misterio vive nuestra belleza interior esperando expresarse en nuestra vida. Tú no estás aquí solo pidiendo limosna, estás también testimoniando tu belleza interior, que es única y que tiene el don de igualarte en importancia a cualquier otra persona.
— Sí, está claro que todos los que pasan por aquí se inclinan ante mi belleza interior -contesta irónicamente.
— Yo lo hago -dice el viejo haciendo una pequeña reverencia.
— Ahora ya no tengo claro si eres un gamberro o un loco.
— Vamos por buen camino, a las personas que vemos la belleza interior todavía se nos llaman locos, ya ves que no tienes nada que temer de mí.
— ¿Y qué quieres que haga con esta rosa?
— Que sientas su belleza como un reflejo de la tuya, que la veas como un anuncio a los transeúntes de que aquí hay una persona que cree en la belleza. Seguro que las personas que pasen delante de ti empezarán a verte de otra manera, primero se fijarán en la rosa y luego en ti. Como muestra de que la belleza que ven en la rosa parte de ti, de tu acto de tenerla como compañera, quítate la capucha y muestra una sonrisa tan blanca como la de la flor, con la seguridad de que esa sonrisa es una muestra de tu belleza interior, única e intransferible. Seguro que ya no podrán pasar ante ti ignorándote.
— ¿Por qué haces esto por mí?
— Para que comprendas que pedir limosna no te convierte forzosamente en una persona pobre.
— Puede que con tus sugerencias las personas sean más generosas conmigo -expresa el negro ilusionado.
— Puede que tú aprendas a ser más generoso contigo, a mostrar actos de amor y de belleza hacia ti todos los días -le contesta guiñándole un ojo.
— Me gusta tu propuesta, pero si cada día tengo que gastarme dinero en comprar una rosa...
— No te preocupes, en la esquina de más abajo hay una floristería …
— Sí, la conozco, este barrio es mi lugar de trabajo.
— Su dueña se llama Margarita, ve a verla de parte de mí y te entregará cada día una hermosa flor, no serán siempre rosas, pero sin dudan espejarán magníficamente tu belleza interior.
— Tendré que darle tu nombre, ¿cuál es?
— Bastará que le digas que vienes de parte del viejo indomable.
— ¡Indomable! ¿Por qué ese apodo?
— Porque nuestra belleza interior es indomable frente a las circunstancias y las opiniones de los demás. Cuando eres capaz de sentirla te amas sin esfuerzo, y además no tienes la necesidad de manipular a los otros para que te den el amor que no sabes darte a ti mismo.
— Entiendo pues que tú eres capaz de sentir a tu belleza interior, ¿no?
— Claro, precisamente por eso puedo sentir la tuya.
— ¿Por qué te dedicas a mostrar a los demás que poseen una belleza interior, que no solo les hacen únicos sino también indomables?
— Porque creo en el derecho de todo ser humano a conocer su belleza interior.
— Ese derecho no se encuentra entre los derechos humanos.
— Para mí sí, me dedico a mejorar e incrementar los derechos humanos -después de contestar se quita el sombrero a modo de despedida y con una sonrisa le dice adiós a su interlocutor.
— ¡Espera un momento! No conoces ni mi nombre, me llamo Ousman – le dice gritando.
El viejo sin volverse le contesta:
— Mucho gusto Ousman, hasta nuestro próximo encuentro.
"Las aventuras del viejo indomable"
- Segundo encuentro -
Autor Carlos González (La Danza de la Vida)