vivimos tiempos de debate sobre la educación. Seguimos concibiendo este bien de interés general como un arma arrojadiza entre nuestros representantes políticos, olvidando que detrás de todo ello se encuentran miles de estudiantes víctimas de idas y venidas ajenas al objetivo: aprender.
Si seguimos utilizando la educación como un elemento de discurso político, corremos el grave riesgo de erosionar la base a la solución de buena parte de nuestros problemas como sociedad. Problemas estructurales basados en un deficiente sistema educativo que ha olvidado crecer y que se ha quedado atrapado en el tiempo. Seguimos inmersos en un sistema educativo nacido a la sombra de la era industrial, donde los objetivos eran bien distintos a los de hoy en día. Necesitamos revolucionar el sistema y a esto poco nos ayuda el inútil debate sobre chorradas acerca de la educación. ¿Dónde está el verdadero debate?.
El Premio Nobel de economía, James Heckman, estudió durante muchos años el gran poder de influencia que tenía la educación infantil sobre la vida de los niños. Para ello se fue a Yspilanti, Michigan, y dispuso de 123 niños de familias con pocos recursos de raza afroamericana. Dividió a los niños en dos grupos; a uno de ellos los inscribió en un programa de educación infantil de calidad; el otro grupo no disfrutó de ningún tipo de programa de educación infantil. Los niños que participaron en este estudio fueron seguidos durante décadas para analizar el curso de sus vidas. Los resultados fueron muy claros. Los niños que disfrutaron de la educación infantil de calidad tenían un 20% más de posibilidades de acceder a educación universitaria, un 19% menos de posibilidades de ser arrestados más de cinco veces, conseguían mejores notas, eran más fieles a sus parejas y eran menos dependientes de programas de ayuda estatal. Las conclusiones de Heckman y sus colegas fue que de cada dólar invertido en la educación de estos niños, el retorno de dicha inversión estaba entre los ocho y nueve dólares.
Es evidente que la mente de un niño es algo maleable, al nacer sin memoria carecen de datos sobre los que tomar decisiones. Esto provoca que la rutina diaria de un niño consista en resolver porqués y buscar unas respuestas imprescindibles para dar forma a su mundo. En toda esta ecuación, la educación infantil juega un papel crucial ya que es la encargada de utilizar el potencial genético con el que cuenta el ser humano al nacer. Negar el acceso a una educación infantil de calidad supone infrautilizar el potencial del ser humano y establecer diferencias injustas basadas en la desgracia de no comenzar esa carrera por el desarrollo al mismo tiempo que los demás. Piénsalo bien, por cada dólar recibes ocho, a mí me salen las cuentas.
A la vista de los datos, está claro que la ciencia ha dado una buena respuesta a ese debate que se reproduce en todos los países del mundo, pero en que la calidad de las respuestas no es la misma. La educación es cosa de niños, no algo que los mayores consideren como su patrimonio. Manejamos con demasiada ligereza algo que no nos pertenece. Si queremos instaurar los valores necesarios para sobreponernos a las adversidades necesitamos que los niños estimulen todo su potencial desde pequeños. Aislarlos en clases donde lo único que se espera es que pase rápido el tiempo, no es la mejor manera de utilizar un dinero público que no revierte en la calidad de la enseñanza de los hijos de los que pagan las facturas. ¿Un análisis simple?, quizás, pero repleto de sentido común del que observa y escucha lo que pasa a su alrededor. Hay muchas formas de ahorrar, pero pocas de invertir tan bien el dinero como en educación. Los que así lo han entendido hoy están un paso por delante del resto, porque su gran acierto ha sido entender que cuando se trabaja desde el principio se puede construir algo más sólido y robusto. A nosotros parece que nos gusta más saltarnos las normativas para construir todo tipo de ñapas en función de las necesidades del momento. ¿Cuál es la duda?, ¿cuál es el problema que nos impide ver una solución tan clara?.