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El derecho a la pereza (1880), de paul lafargue. elogio de la ociosidad.
Publicado el 03 agosto 2011 por MiguelmalagaAunque comenzó como anarquista, Paul Lafargue fue marxista hasta la médula y visitó nuestro país como valedor de la Primera Internacional. Lafargue fue consecuente con su marxismo hasta la muerte, ya que se suicidó junto a su esposa, la segunda hija de Carlos Marx.
"El derecho a la pereza" es una obra amable y plena de sentido común. En ella critica la toma del poder por la clase burguesa-capitalista, que considera el trabajo como una virtud, sobre todo el trabajo de sus asalariados, dando como resultado periódicas crisis económicas por sobreproducción. En la época de Lafargue no existían apenas derechos laborales y hasta los niños se veían obligados a afrontar jornadas maratonianas. Todo ello se deriva de la obsesión de fabricar cada vez a menor precio, aunque luego muchos productos tengan difícil salida. La pereza para Lafargue no tiene la significación negativa que nosotros le damos, sino que es una recompensa para el obrero que cumple dignamente con su labor. Las condiciones de trabajo decimonónicas se han trasladado a los países del Tercer Mundo. Para nosotros han dejado un largo ocio hasta que vuelva una cierta prosperidad. ¿Por qué los economistas no aprenden a lo largo de las décadas? He aquí la descripción de las crisis de la época. Comprobarán que se parece mucho a la que actualmente padecemos:
"Si las crisis industriales siguen a periodos de sobretrabajo tan fatalmente como la noche al día, arrastrando tras ellas el descanso forzado y la miseria sin salida, ellas traen también la bancarrota inexorable. Mientras el fabricante tiene crédito, da rienda suelta al delirio del trabajo, pidiendo más y más dinero para proporcionar la materia prima a los obreros. Hay que producir, sin reflexionar que el mercado se abarrata y que, si sus mercancías no se venden, sus pagarés se vencerán. Aguijoneado va a implorar al judío, se arroja a sus pies, le ofrece su sangre, su honor."
Trasladen estas reflexiones al mercado de la construcción en nuestro país, sustituyendo la expresión "judío", por "banquero". No había horas suficientes para cubrir tanto trabajo. Hasta los fines de semana se trabajaba. La obsesión era levantar miles de viviendas, cuanto más rápido mejor. Al final todo estalló. La sobreproducción era tal que, cuatro años después, seguimos donde estábamos o aún más atrás. ¡Cuanto mejor hubieran ido las cosas con un reparto más racional de las tareas! Algunos no hubieran podido amontonar sacos de dinero, pero la mayoría seguiría trabajando hoy día, atendiendo estrictamente las necesidades, no creando oferta artificial, a sabiendas de que difícilmente iba a venderse.
En realidad, Lafargue está precediendo algunas ideas de la socialdemocracia, que tan magistralmente tomaría a posteriori Bertrand Russell en su "Elogio de la ociosidad". Si los obreros están bien pagados y cuentan con tiempo de ocio, consumirán y este consumo repercutirá en la creación de nuevos puestos de trabajo, en un círculo virtuoso del que solamente se sale cuando los neoliberales comienzan a criticar los excesivos impuestos que pagan para que el Estado tenga mecanismos de control de la economía (no al revés como sucede en estos tiempos) y pueda redistribuir la riqueza entre los más desfavorecidos. Además, el tiempo de ocio es aprovechado por muchos ciudadanos para, de forma altruista, realizar actividades en beneficio de los demás.
Que lejos nos encontramos hoy de estas utopías, en este mundo miserable que está ya organizado únicamente para que las grandes fortunas se acrecienten. Ya lo dijo el señor Burns en un episodio de "Los Simpsons": "Estoy muy orgulloso de mi fortuna, pero lo daría todo por tener un poco más."