Revista Filosofía

El derecho a ser escuchado

Por David Porcel
Una entrada reciente del filósofo Fernando Broncano me ha hecho pensar en la importancia de la atención no sólo para la vida pública, sino también privada, íntima. Desgraciadamente, seguro que al lector le será reconocible la sensación de no haber sido escuchado tras un encuentro con amigos, familiares, colegas de trabajo, enemigos.... Hay muchísimos motivos para no escuchar, aunque ninguno justificable: el cansancio, el desinterés, la prisa por hablar, cierta incapacitación para la atención, el pasotismo, una actitud displicente hacia el otro, el dogmatismo, el autoritarismo.... El tema no es baladí, pues creo que la atención es el fundamento de cualquier relación. Es decir: no hay relación si los dos no (se) escuchan. Y es que una relación -ya sea de amistad, de colaboración, de odio, deliberativa....- no puede llegar a establecerse si no existe, por parte de los dos interlocutores, un esfuerzo atencional. Por ello, quizá una de las mayores faltas de respeto que alguien puede llegar a cometer es no escuchar al otro. Quien no sabe escuchar, tampoco sabe compartir. Ahora me pregunto por qué no existe ni está reconocido en ninguna declaración el "derecho a ser escuchado", pues su incumplimiento conlleva ipso facto la imposibilidad de respetar otros derechos fundamentales para la vida pública, como considerar al otro como un igual, atender a las demandas razonadas de los demás, no interrumpir al otro en el acto deliberativo....

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