Revista Opinión

El derecho a ser hippie de mierda

Publicado el 25 agosto 2010 por Jorge Gómez A.
En torno a la discusión sobre Punta de Choros, ha quedado manifiesto el desconocimiento de principios democráticos -tanto de gobernantes como gobernados- como el derecho de la sociedad civil a disentir con el poder, y la necesidad de desconfiar siempre de los gobernantes electos y sus promesas.
El que una funcionaria del Estado, del gobierno, se refiera a otros ciudadanos que se oponen a una medida gubernamental, como “hippies de mierda”, denota una clara distorsión en cuanto a qué es la democracia.
Lo que diferencia a la democracia del viejo orden monárquico son tres elementos ideales claves:
  1. La ciudadanía elige a sus gobernantes, y por tanto tiene el derecho a exigirles cumplir lo prometido.
  1. La ciudadanía puede mirar con recelo al gobierno, sin importar incluso si es de su preferencia, teniendo presente que los gobernantes no son infalibles ni iluminados por dios, sino simples seres humanos. Esto porque “el Estado hace las leyes y, a menos que haya una opinión pública muy atenta en defensa de las libertades justificables, el Estado hará la ley a su propia conveniencia, la cual puede no corresponderse con el interés público” (Bertrand Russell).
  1. La ciudadanía tiene el derecho a disentir de las decisiones del gobierno, y de oponerse de forma legal y pacífica, sí así le parece, excepto si el gobierno entra en un plano agresor. Como decía Bertrand Russell, “si se quiere que la ley sea respetada, debe ser considerada digna de respeto”.
No obstante, en torno a la discusión sobre Punta de Choros, ha quedado manifiesto el desconocimiento de dichos principios democráticos claves, tanto por parte de gobernantes como gobernados.
En primer lugar, la gente se muestra impactada -e incluso traicionada- ante el eventual no cumplimiento de campaña por parte del Presidente, aunque conocida es la anécdota –que refleja muy bien la lógica electoral de promesas a destajo- donde el político promete un puente para un pueblo, y luego que un campesino le dice que no hay río, el político “honorable” le dice: le hacemos el río también…
No es extraño que los políticos de todos lados prometan muchas cosas para luego no cumplirlas, y que luego los ciudadanos digan impactados: “pero si lo prometió…”.
Lo anterior refleja una de las falencias de la democracia moderna, el problema del agente-principal, donde los electores, una vez electos los candidatos, no cuentan con más herramientas para sancionar a los gobernantes, y deben esperar a la próxima elección para premiarlo o castigarlo con su voto, si es que además tienen buena memoria para hacerlo. Lo cierto es que los ciudadanos no tienen forma de exigir el cumplimiento de esas promesas (sobre todo si el nivel de agregación es mayor), por tanto es clave desconfiar siempre de los candidatos y gobernantes.
No obstante y en segundo lugar, e irónicamente en relación a lo anterior, la mayoría de las personas en nuestra democracia parece seguir el viejo principio monárquico, divinizando a los candidatos y gobernantes que les gustan, sus ídolos políticos del momento, suprimiendo en torno a éstos cualquier juicio crítico o desconfianza. Confían en ellos en una lógica religiosa, como si se tratara de extraterrestres o seres divinos.  
En tercer lugar, y este creo es el punto más importante, el apelativo de “hippies de mierda” y la posterior actuación policial en cuanto a las expresiones de descontento en cuanto a Punta de Choros, es reflejo de la suma de los dos puntos anteriores y muestra la reducción -por parte de los gobernantes- de la democracia al mero acto simbólico electoral cada cierto tiempo; y de los ciudadanos a meros votantes.
Todo lo anterior, trae consigo una clara visión autoritaria y despótica de la democracia y del gobierno en cuanto a los ciudadanos, que no es exclusiva de un sector político sino que es transversal a la clase política en general.
Así, ven a los ciudadanos como un rebaño ignorante al que deben guiar desde arriba y no como individuos racionales capaces de decidir y disentir con ellos.
Bajo ese prisma, no es raro –pero sí profundamente lamentable- que en la eventual decisión en cuanto a Punta de Choros, claramente no se considera a la sociedad civil ni a otros ciudadanos como agentes válidos en discusiones que afectan a una comunidad entera.
Y es que en definitiva, los tres principios antes mencionados son claves si  se tiene presente que –tal como decía el sabio de Russell- “la democracia, aun cuando mucho menos susceptible a los abusos que la dictadura, no es en absoluto inmune a los abusos de poder por parte de la autoridad o de intereses corruptos”.

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