Revista En Masculino

El derecho a soñar en una hamaca

Por Yyoconestasbarbas

…O también podría haber titulado este post, “Descansar (2ª parte)”, como continuación del post de la semana pasada.

Porque curiosidades de la vida, creedlo o no, pero apenas un par de días después de publicar la entrada del otro día, de paseo por un parque al que teníamos ganas de ir desde hace tiempo, casi como por azar, me topé con un pequeño milagro moderno en forma de cartel, que atrapó mi atención, y decía así…:

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EL DERECHO A SOÑAR EN UNA HAMACA

«¡Oh, Pereza, apiádate de nuestra larga miseria! ¡Oh, Pereza, madre de las artes y de las nobles virtudes, sé el bálsamo de las angustias humanas!»

Paul Lafargue terminaba con estas palabras su conocido libro El derecho a la pereza, de 1883. Su mensaje cobra actualidad en un siglo XXI en el que la epidemia de estrés es la otra cara de la moneda de una economía compulsiva, que está relacionándose con la naturaleza y con nuestras buenas costumbres como se relacionan los tumores con los cuerpos sanos. El hamacódromo popular de Finca Liana surge del encuentro entre el CA2M Centro de Arte 2 de Mayo, el Ayuntamiento de Móstoles y dos colectivos locales: Tejiendo Móstoles y el grupo ecologista Instituto de Transición Rompe el Círculo.

La idea, materializar una intuición visionaria de estos últimos: en 2030 Móstoles será una ciudad sostenible y tendrá hamacas en sus parques. Para adelantarnos se ha convocado a perezosos y soñadores, artesanas sin oficio y adictos a la siesta, enamoradizos y nostálgicas del futuro, a tejer juntas el primer hamacódromo popular del país. Durante el proceso se han involucrado más de un centenar de vecinas y vecinos.

Un hamacódromo para tener un bello rincón en un parque público donde cualquiera pueda descansar. Para encontrarse y entretejer otras cosas más importantes que hamacas: nuestros vínculos deshilachados. Nuestros saberes desperdiciados. Nuestra lentitud estratégica. Nuestra alegría incansable. Nuestra creatividad sin medida. Nuestra cultura de vivir bien en común. Y, sobre todo, para no olvidar que la felicidad es exactamente lo contrario a la rentabilidad.

Esforzarse en decrecer, sanar, parar. Consumir menos para vivir mejor. Hacer de la lentitud una nueva norma. Este es el reto que nos lanza la sostenibilidad ecológica. Para ello, tenemos que aprender a valorar de nuevo qué es lo importante y qué es lo posible. Y reescribir una nueva declaración de Derechos Humanos sostenible para el siglo XXI, donde la pereza juegue un papel importante: «todo hombre o mujer tienen derecho a soñar que se enamoran tumbados en una hamaca».

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Y yo, que soy así de monguer, lloro fuertecito por dentro, porque parece que acabo de encontrar mi pequeña parcela de paraíso en la Tierra. ¿Cómo…? ¡¡Un hamacódromo público, en un parque… En España! La idea me parece tan molona como loquísima; tan innovadora como radical, y tan española como la tortilla de papatas; eso también. Si en otros países se ha hecho, ¿cómo es que aquí no se ha implantado esta ideaca nunca? Y muchas piezas sueltas se conectan en mi cerebro, que empieza a salivar cual perro de Pavlov, imaginándome inmerso en dicho entorno.

Una pequeña parcela de pinar en que la apología a la calma es patria y cuatro cordeles atados su bandera. Un minúsculo paraíso urbano en el que la contemplación tiene una mano ganadora en una partida frente a la acción y a la tensión. Un lugar en el que soñar despierto, imaginar, pensar, abstraerse, no está reñido con el tic-tac invisible de ese reloj que nos susurra al oído que cada segundo que se te cae al suelo son pepitas de oro con las que estás sembrando el campo muy a tu pesar, porque son de esas pepitas que nunca retornarán a tu bolsillo y desaparecerá tu nombre grabado en ellas.

-“¡No todo está perdido, entonces! ¡Todavía hay esperanza!”- Pienso, casi en éxtasis. No estoy del todo solo en este mundo acelerado.

Peeeeeero… (Siempre tiene que haber un pero…), solamente hubo un pequeño problemilla. Un detallín. Una minucia sin importancia. Y fue queeeee… NO se veía hamaca alguna por ninguna parte. Nada. Nacin de nacin. Rián de rián. Nichts. Niente. Nichego, moy tovarisch. Ni rastro, vamos.

😦

Mi gozo en un pozo. Oscuro y profundo de narices.

Investigando, por lo visto, meses después de su inauguración, en la primavera del años pasado, ya no quedaba hamaca alguna en su sitio. Deterioro, falta de mantenimiento. Desinterés, quizás… Mierda pa mí. Mi sueño, desvanecido tan pronto llegó. En fin; demasiado hermoso para ser verdad. Aunque este año lo volvieron a abrir. Pero se conoce que sigue siendo una performance efímera y temporal. Vale. No por eso dejo de aplaudir fuertemente en mi interior. Arte puesto al servicio del público y cumpliendo un bien social. Maravilloso. ¿Qué más se puede pedir? (Vale, sí… Encontrártelo materializado y entero, cierto. Pero ya me entendéis…)

Mi hija, que me vio, viniendo desde lejos se me acercó y me preguntó: -“¿Qué estás leyendo, papi…?”-

-“Nada, hija, nada… Un cartel con un pedazo de sueño deshilachado pero muy hermoso, nada más.”-

Es algo que se ha quedado a medio camino entre el ser y el no ser en mi imaginación. Bueno, es mucho mejor que nada, ¿no creéis? Y me queda el consuelo de que algo así ha existido, que existe, y que posiblemente, se levantará de nuevo, quién sabe, si la primavera que viene o cuando algún concejal de turno vuelva a repensar esos fondos que permitan su mantenimiento y conservación. Y se convertirá sin lugar a dudas en mi nuevo sitio favorito del universo.

Cartel descriptivo del proyecto del hamacódromo público de Móstoles.

Lo dicho. Que habrá que volver por aquí en 2030, entonces, y ver cómo les va.

Y mientras ese día llega, siempre nos quedará esperar, tumbarnos y soñar.


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