Recordaba haber leído, en sus años de estudiante, un libro de Grocio que hablaba del “derecho de la guerra”, pero ahora pensaba que la guerra no era precisamente un derecho, sino todo lo contrario, es decir un delito, un crimen. Si el homicidio, el saqueo, el incendio intencional, son delitos cuando los comete un particular -se preguntaba-, ¿cómo puede ser un derecho cuando los comete una nación?
Para que haya justicia, escribía Alberdi, es necesario que sea impartida por un tercero imparcial. Y ese principio debe también aplicarse en el derecho internacional. El motivo usual de la guerra es la necesidad de un país de completarse territorialmente. Pero, ¿quién juzga si ese país está incompleto? La propia parte. Otra excusa para la confrontación es la necesidad de defenderse, pero también en esto el juicio lo hace la propia parte interesada: no es la decisión objetiva de un tercero.
La guerra, redactaba velozmente Juan Bautista con su letra elegante y extendida, no resuelve las cuestiones, sino que las elude: quedan allí subsistentes. Y además se hacen por representantes: las ordenan los gobernantes y las ejecutan los pueblos. Si quienes las disponen tuvieran que luchar personalmente, las guerras serían menos frecuentes.
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Las guerras existirán mientras exista el hombre -reconocía Alberdi- pero disminuirán, decía, cuando los gobernantes consigan por la economía política lo que ahora logran por la conquista, que es lo mismo que el robo. Y el agente más poderoso de la paz -argumentaba- será la neutralidad, fenómeno que no conocieron los antiguos ni los romanos.
Así como la existencia de los tribunales ajenos a las partes ha disminuido el número de crímenes entre individuos, las guerras disminuirán -sostenía- cuando haya tribunales internacionales ajenos a los países beligerantes, que resuelvan sus diferencias. Los tribunales de un país se establecen cuando la nación se ha consolidado en un cuerpo único, bajo un gobierno central y común -recordaba el tucumano-. Cuando todas las naciones formen una comunidad de países -anticipaba- también se establecerán tribunales internacionales para evitar las guerras.
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La educación es otro factor fundamental, tanto para la paz como para la guerra. Porque la paz -escribía incesantemente Alberdi-, está en el hombre o no está en ninguna parte. Debe constituir un modo de ser del hombre, un hábito, un rasgo de su complexión moral. Sólo en los países libres -reflexionaba- “he conocido este tipo de ciudadano manso, paciente y bueno. En las naciones sin libertad, he notado que cada hombre es un tirano”.
JOSÉ IGNACIO GARCÍA HAMILTON
“Vida de un ausente”