Revista Libros
Ed. Emecé - Buenos Aires, 1955 En italiano: "Il crollo della Baliverna" Traducción de Juan Rodolfo Wilcock
37 son los cuentos reunidos en este libro del extraordinario escritor italiano Dino Buzzati. Extraordinario -alguien con un plus sobre lo común- es uno de los adjetivos que está, a mi parecer, al límite de lo hiperbólico; por ende todavía es aplicable a un escritor. Está ahí nomás de ser zalamería gratuita.
Dino Buzzati es extraordinario. Tengo varias razones para decirlo: Primero, escribe como a las apuradas, o laboriosamente se ha forjado una prosa que parece haber sido hecha a las apuradas, y aún así resulta encantador. Una prosa de periódico dominical, que uno puede leer mientras mira por la ventana o habla por teléfono; segundo, Buzzati es un pesimista, pero un pesimista risueño, ampliamente dispuesto a reírse del mundo incluyéndose a sí mismo y a sus creaciones: basta recordar que no se consideraba escritor, sino un periodista que escribía ficción cada tanto y también pintaba; y tercero, en medio de una amalgama de boludeces -peripecias rápidamente trazadas, diálogos sencillísimos, descripciones más que menos torpes- salta, de golpe, directo a la cara, la más pura poesía, el encanto encandilador, la magia: varios adjetivos de admiración me surgen a borbotones para esta característica de pocos, poquísimos. Otra particularidad que puedo sumar, de yapa: con Buzzati uno es capaz de divertirse aburriéndose. Este libro lo conforman fábulas, pero sin moraleja. Hay curas, perros, extraterrestres, hasta está Albert Einstein. A los héroes todo les sale mal. Fracasan inexorablemente y se limitan a resignarse. El narrador, dulce como la miel, es cruel, no les tiene ninguna piedad. Hay dolor, catástrofe, cadáveres, milagros intrascendentes, cretinismo. Como si dijera: ahondarnos en la vida surrealista, en la magia, en el amor, la mística religiosa, el espacio sideral, en la prehistoria o el futuro, nos lleva a encontrarse siempre con muerte, estupidez, fastidio, sufrimiento, desesperación, frivolidad. Más o menos lo mismo que nos encontraríamos del lado de la vigilia, la seriedad, la ciencias duras. Ni siquiera en la locura podemos escapar a nuestra condena: no hay ningún sentido, ni venimos ni vamos a ninguna parte, no tenemos la menor importancia, todo es absolutamente banal. Leve en la levedad se nos evapora la vida. A fin de cuentas, nos dicen los relatos de Buzzati, el mundo es elocuentemente ridículo. Pero si estamos dispuestos a reír, si le ponemos onda, podemos pasarla de lo lindo, al menos por ratos, hasta que algún idiota nos reviente una bomba en la cara, o se nos caiga, sin causa alguna, un ladrillo en la cabeza, o enfermemos, o simplemente perezcamos porque ya es la hora.
+