(AE)
Vino a mi despacho a hablar conmigo y tal era su estado de desasosiego interior y nerviosismo, que se trajo consigo como interlocutora y apoyo a Santa, una mujer y compañera de trabajo que en las últimas semanas había hecho como de su ángel de la guarda...
Desde hace muchos meses sospechábamos de su dolencia. Sus regulares episodios de debilidad, la tos que delataba una posible tuberculosis, la anemia casi crónica que tenía y que le hacía arrastrar los pies y moverse con gran esfuerzo... eran síntomas más que claros que Robert padecía una situación patológica a la cual testarudamente evitaba enfrentarse.
A través de Santa, una mujer ya cuajada y con muchas tablas en lo que en términos modernos se llamaría counselling, fue posible que la muralla de negación y de interno rechazo ante la evidencia pudiera poco a poco resquebrajarse y aceptara someterse al test del VIH. El resultado no nos sorprendió, dados los antecedentes: Robert era seropositivo. Una realidad difícil de aceptar pero, gracias al apoyo emocional de Santa que lo confortó y animó desde el primer momento en el que se constató su problema, Robert sobreponerse ante el duro golpe y comenzó a enfrentarse a su situación, “viviendo positivamente” como se dice por aquí. Ya toma su medicación diaria – comenzó con el tratamiento para la tuberculosis y continúa con las medicinas antiretrovirales – y poco a poco podemos ver cómo la cara de Robert ha cambiado y está más lozana, cómo sonríe y cómo la vitalidad comienza a retornar a un cuerpo que algunos ya creían pasto de funeraria.
A todo esto, yo seguí a distancia todo el proceso, hacía como que no sabía nada “de manera oficial.” Supuse que viéndose en el ojo del huracán, Robert comenzaría a darle más vueltas al coco de las necesarias si supiera que su jefe estaba al tanto de lo que se estaba cociendo, de su situación y del hecho que fue a hacerse la prueba del SIDA.
Cuando ya la cosa había pasado, y nuevamente con el apoyo de la invaluable Santa, Robert apareció un día en mi despacho, dispuesto a hacerme saber “oficialmente” que padecía de SIDA y para rogarme de la manera más encarecida posible que no lo despidiera y que siguiera considerándolo parte del personal de la emisora.
Robert no hablaba de oídas... sabía de tantos y tantos casos en los cuales tanto en el sector privado como en el público, las cabezas de aquellas personas seropositivas no tardaban en rodar simplemente porque no se les daba tiempo para recuperarse de sus infecciones oportunistas o de las crisis físicas que a veces manifiestan sus cuerpos... porque ya no producen o simplemente porque los compañeros rechazan el contacto con la persona en cuestión. El favor que me pedía Robert era el seguir siendo un miembro válido y útil de mi equipo... como si fuera una gracia extraordinaria. Aquí tanto la ley como a veces la compasión humana más elemental se ignoran olímpicamente y las personas seropositivas pasan a engrosar la lista de los parias sociales o de aquellos elementos improductivos de los cuales parte de la sociedad querrían librarse.
Vi en sus ojos una poco disimulada expresión de alivio cuando le dije que en esta emisora de radio ni se había echado a nadie por estar enfermo ni se iba a discriminar a quien tuviera que librar esta enfermedad. En el tiempo que llevo aquí he tenido ya tres muertes de personas, algunas muy jóvenes, que en cuestión de meses no pudieron superar la enfermedad. Hacemos lo posible para que el personal afectado que tenemos – Robert no está solo ni mucho menos – pueda seguir su trayectoria profesional con el mayor apoyo posible.
Hoy, afortunadamente, el SIDA ya no es una sentencia de muerte... las personas que toman su tratamiento de manera regular y cuidan su alimentación pueden vivir muchos años con una calidad de vida igual de buena que las personas sanas. Desde nuestra trinchera de Radio Wa, hacemos lo posible para que los enfermos no se conviertan en “apestados” modernos, pero obviamente no es suficiente.
Ahora sólo queda sanar una sociedad que – aunque está ya más concienciada – sigue discriminando a los débiles y lanzando estigmas morales sobre lo que está bien o está mal y pone a todos los seropositivos bajo el cliché de “pecadores públicos”. Esa tarea será mucho más difícil que encontrar una medicina que erradique esta enfermedad... la falta de corazón es muchas veces más difícil de sanar que el cuerpo mismo.