
Por Ángel Sánchez Borges
Para el underground musical esa insignificancia no es nueva, se ha padecido desde siempre y de cierta manera es una situación a la que muchas experiencias en la creación y producción musical se han acostumbrado; se le llama hoy precarización, pero en realidad es una condición sine qua non, es decir, no habría rock sin marginalidad, lo cual es más interesante en todo caso que decir que no habría “mainstream” musical sin underground. Lo primero es esencial desde los días del ragtime en New Orleans hasta las locuras experimentales de un chavito con una app de su celular en nuestros días, lo segundo es una verdad de perogrullo, pero ésa es otra historia.

Abundaré en esto en las siguientes entregas, pero adelanto que tiene que ver con la manera en que ese rock latino quedó condicionado por la versión maximalista del sistema de producción según las reglas que dictaba la industria musical “pesada” para considerar a los músicos como profesionales: grandes estudios, giras extenuantes, campañas publicitarias a gran escala, contratos por muchos discos, pero sobre todo que la música de los famosos pagara por los costos del séquito de productores, técnicos, publicistas y de representantes y facilitadores. Un gigantismo comercial que de hecho iba ya en retirada en el mercado de la música cuando apareció el Rock en tu Idioma.

La generación de músicos del Rock en tu Idioma, salvo una o dos excepciones, no comprendió nada del completo cambio de paradigma en la creación, producción, distribución y recepción musical que se vino unos pocos años después. El discurso del “rock latino” se construyó sobre viejas bases que ya no operaban en la industria musical global de ese tiempo, que ya evidenciaba este cambio; se sostuvo en una idea vieja y en un sistema en transición muy evidente ya en los años ochenta.

Rompan todo es la historia de un error, y ahora ese error se expresa en clave de falsa nostalgia por un “tiempo en que fue hermoso”… Qué bien viene esta paráfrasis a la canción de Sui Generis: la muerte preparó la cama para dos: esa generación de músicos que siguen ligados al discurso del Rock en tu Idioma y sus públicos hace mucho que se rompieron.

El cuento del Rock en tu Idioma, ya derivativo desde su surgimiento, podrá volver a vender esas mismas canciones que se han repetido en el transcurso de esas tres décadas y media, pero la verdad es que hoy, como discurso, como catálogo de productos, como mercado, como aportación cultural, como dinámica de consumo y como preferencia personal es una de las realidades más exiguas que puedan encontrarse en el “stream” que desborda a los escuchas por doquier cada vez que se accede a cualquier medio de emisión musical actual.
Digo “stream” no sólo en referencia a las plataformas digitales de reproducción musical. Lo cierto es que esta marea de productos y las corrientes intensas e intensivas que nos inundan, con todos los catálogos destinados a todos los mercados musicales históricos concentrados en un dispositivo hiperindividualizado, han puesto al alcance de todos las tendencias imperantes de inclusión/exclusión de esos mercados musicales, así como los subproductos, contestaciones, rutas alternas de los “undergrounds” sónicos históricos. De esa forma, hasta la “contracultura” musical latinoamericana se convierte hoy en una mejor oportunidad de negocio que el triste eterno retorno del subdesarrollado Rock en tu Idioma, y aunque la palabra esté en desuso precisamente por eso se le aplica.
* * *
Hace un par de años un productor argentino y uno regiomontano estaban en pláticas con Netflix para lanzar una serie sobre el rock latino con la idea de presentarla en capítulos divididos por ciudades, algo así como Las Capitales del Rock Latinoamericano. La apuesta era similar a la que habían hecho los mismos productores con respecto al fútbol, retratar el desarrollo de este deporte de acuerdo con las experiencias históricas de ciudades eminentemente futboleras del continente.

Los invitaba a reunir el anecdotario más o menos amplio, “microhistórico”, del rock en diversos contextos latinoamericanos. Esa sería no solamente una serie más honesta, más dedicada, más amplia e incluyente, sino que sería un modo de comprender y aprender con más precisión, de dimensionar en el tiempo, pasado y presente, pero sobre todo indicar dinámicas y procesos que se gestaban hacia el futuro de la creación musical.

Los Saicos (Perú, 1960), conocida como
la primera banda de punk del mundo.
La respuesta de los productores, aparte de un guiño de aparente comprensión de mi propuesta, era que esas historias no les interesaban a Netflix ni al mercado de la música. Esa ceguera es la misma que la del documental de Santaolalla; una de las razones para contar la misma historia “mercadológica” reducida a lo ya hecho y no para adaptar tanto la forma de revender esos productos como de ponerlos a jugar con otras realidades sonoras contemporáneas, posteriores y actuales, en las cuales se expresa la creación polimorfa en la música latina.
Reactivar un mercado con lo que ya se tiene es muy sencillo, no exige mucho, está basado en intentar una y otra vez con los mismos productos ya probados. Lo cual se convierte en un absurdo, porque si lo que a esa industria le interesa es ganar dinero con el slogan “el rock latino está más vivo que nunca”, ¿por qué intentar con realidades ya agotadas? Se podría intentar “Otras cosas por otras músicas”, como llamé a aquel proyecto (que detallaré al final de esta serie cuando hable de las opciones que veo para una nueva etapa del rock latino como vida cultural activa y también como negocio), una apuesta que varios pusimos en marcha desde 2002 en Monterrey, y que partía de una pregunta que parece muy simple pero no tiene respuesta fácil: ¿Qué tienen en común los músicos, las instituciones culturales, los medios de comunicación no comerciales y la gente a la que le interesa la música y la cultura?
Continuará…