Revista Educación

El desarrollo de la autonomía personal y sus límites

Por Achristin

Como docentes, sabemos que permanentemente tratamos con personas diferentes, y todas ellas son partes de una comunidad. Bajo estos conceptos, ¿Cómo pensar la interdependencia?¿Qué límites podemos pensar para la autonomía personal?

El desarrollo de la autonomía personal y sus límites

Desde una posición liberal, la persona debe ser concebida en su absoluta desnudez, como un ser independiente de sus cualidades personales concretas, de su condición social y familiar, de su percepción sobre lo que es bueno y lo que no, etc., pero, sobre todo, como alguien que tiene un interés y una capacidad de orden superior para perseguir diferentes valores y principios éticos o concepciones del Bien (Rawls).

Vista así, la persona es un ser contingente, un ser que se ve envuelto en determinadas circunstancias que son las que son, pero que habrían podido ser otras. El profesorado se encuentra ante un grupo de personas con diferentes capacidades para aprender distintos contenidos curriculares, que pertenecen a diversas estructuras familiares, que no manifiestan el mismo desarrollo socioafectivo, etc. Ante esta realidad, se puede pensar que, efectivamente, los alumnos son de una determinada manera pero que podrían haber sido de otra y que, por lo tanto, lo realmente importante es la persona y no sus circunstancias personales.

Por lo que se refiere a la educación en valores, se puede pensar en cada alumno como en una persona con determinados valores, adquiridos o aún por adquirir, que, en último término, son el producto de una decisión personal y autónoma. Es el alumno el que, por una cuestión electiva, decide vincularse a determinados valores y no a otros, tras haberlos seleccionado entre los mostrados por el docente a través de la acción pedagógica. El respeto a la libertad y autonomía del alumnado es el criterio que debe predominar en la educación en valores. El docente debe respetar que cada alumno es una persona distinta y singular que convive con otras personas que también son distintas y singulares y, sobre todo, debe asumir que las preferencias morales de todos y cada uno de sus alumnos pueden coincidir o no con las suyas propias. El liberalismo moral aporta a la educación en valores la importante premisa de que somos personas libres y autónomas, de que tenemos capacidad de elección y decisión, también el alumnado.

Pero ¿puede una persona afiliarse a unos valores de una manera realmente autónoma?, ¿o una persona decide de una manera autónoma y libre a partir de unos valores que le han sido transmitidos y que ya tiene asumidos?, ¿y qué ocurre con las personas en edad escolar? La perspectiva comunitarista nos advierte de que la persona no es solo un ser libre y autónomo a la hora de adquirir ciertos valores o principios éticos. Educar en valores es algo más que mostrar un escaparate de opciones morales, pues también consiste en incitar al conocimiento racional y a la estima de dichas opciones. Desde cierta perspectiva, la posición anterior no tiene en cuenta que dimensiones como la de pertenencia a una comunidad social concreta y tradición moral particular también forman parte de la identidad moral de la persona. El alumno considerado de una manera absolutamente liberal tendrá dificultades a la hora de dar sentido a toda la gama de aprendizajes éticos y de concepciones de uno mismo que están enraizadas en el conocimiento y la tradición de la comunidad a la que pertenece. La transmisión, no imposición, de los valores de la tradición comunitaria propia, incluso aunque estos no se hayan elegido de manera autónoma, no es un objetivo posible de la educación en valores, sino uno de sus ingredientes necesarios. Por supuesto, esto no niega que dichos valores puedan ser criticados y corregidos por el docente desde la razón.

De todo lo dicho se pueden extraer dos conclusiones que el profesorado no debería perder de vista. Por un lado, la educación en valores es una manera de desarrollar identidades personales y autónomas. Por otro lado, los bienes morales que aportan las comunidades históricamente construidas son bienes que no solo conforman a la persona sino que difícilmente pueden descubrirse únicamente por la vía autónoma e individual; además, dejarlos en manos de la propia voluntad personal es un riesgo demasiado grande si lo que se pretende es construir comunidades más justas, equitativas y libres.

En su tarea, el profesorado debe promover las mejores condiciones para el desarrollo de la autonomía personal de los alumnos y, al mismo tiempo, debe promover que sus identidades personales se construyan mediante la conjunción de tres factores: en primer lugar, que cada uno de los alumnos se sienta apreciado y valorado como persona, aceptado tal y como es. En segundo lugar, que el entorno escolar en el que crece y aprende sea un entorno afectivamente rico, en el que se sienta no solo aceptado, sino querido. En tercer lugar, que la escuela y el profesorado ofrezcan y compartan un conjunto de referentes estables que promuevan la integración de las identidades personales de cada alumno, primero en el grupo de clase y luego en la comunidad escolar, con la aceptación de los límites que toda comunidad comporta en relación con la identidad personal de cada miembro. Obviamente, este conjunto de referentes y de normas no debe ser inflexible, sino que debe ser estable y susceptible de transformación y estar abierto a la participación. Solo una autonomía construida en la interdependencia y en la aceptación de límites a la libertad personal puede ser un valor moral que haga más digna la vida de todos.

Martínez Martín, M., Esteban Bara F. y Buxarrais Estrada, M. R.

En ESCUELA, PROFESORADO Y VALORES

Revista de Educación, número extraordinario 2011, pp. 95-113


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