Las emociones parecen estar programadas de forma biológica, apareciendo algunas de ellas a los pocos meses de vida. Posteriormente se produce una complejización de estas emociones básicas gracias al desarrollo cognitivo (toma de consciencia de uno mismo como individuo, comprensión de las normas sociales, etc.) dando lugar a emociones más complejas.
Alrededor de los cuatro años de edad el niño se da cuenta de que las otras personas no piensan ni sienten igual que él. Esto se produce gracias a la teoría de la mente, que es la habilidad para comprender y anticipar la conducta, intenciones y emociones de otras personas. Es el inicio del proceso que ayuda al niño a empatizar con el otro y ponerse en su lugar. Este aprendizaje tiene gran relevancia en la afectividad, ya que permite contemplar a la otra persona como un ser completo y complejo (tanto como uno mismo) con deseos, afectos y diferentes formas de modularlos y expresarlos.La autoestima es un pilar clave a esta edad, ya que la valoración positiva de si mismo permite al niño alcanzar sus objetivos desde la ilusión y la seguridad que otorga el creer en sus propias capacidades. Durante el proceso, el niño descubre el orgullo del éxito, que le conduce a un mayor nivel de concentración y persistencia, asimismo surge el deseo de probar nuevas experiencias que le permiten seguir aprendiendo. Para que un niño se sienta orgulloso de sus actuaciones y de si mismo, necesita que sus figuras de referencia (padres, familiares y maestros) hayan mostrado de forma realista que se es merecedor de él. Leer más: Fuente El Confidencial