España en la encrucijada finisecular, con su imperio de Ultramar perdido y la moral colectiva como pueblo y sociedad seriamente dañada, se cuestiona así misma y ve con temor el futuro.
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Las potencias europeas, a las que se suman Japón en Oriente y los EEUU en el Este, se reparten los últimos territorios ignotos que puedan alimentar su nuevo sistema productivo basado en la industrialización, pilar del nuevo imperialismo.
El Desastre de Annual
Los diferentes gobiernos de la España de la Restauración saben que no pueden volver al aislacionismo tradicional de la política exterior española, algo que podría suponer el atraso definitivo del país.
La diplomacia española busca nuevas alianzas en el complicado tablero mundial (y europeo) que le sirvan para relanzarse como potencia que pueda ser tenida en cuenta. Será gracias a la rivalidad franco-británica en África (sin olvidar a los alemanes, principalmente) lo que hará que se presente una oportunidad de resarcimiento. Con la aquiescencia de la comunidad internacional y favorecido por los ingleses (en su lucha de intereses con los franceses en la zona), se establece en el año en el año 1912 el Protectorado español de Marruecos, océano terroso y pedregoso que da a España la franja norte de Marruecos que va desde la costa mediterránea a la atlántica, atravesando el irreductible área rifeña.
En los inicios del Protectorado español se sigue una estrategia de extensión territorial basada en frágiles alianzas que se tejen muchas veces con sobornos y pensiones a los líderes de las tribus bereberes y árabes de la zona (usurpada y liquidada por Occidente la autoridad del Sultán Marroquí) para ganarlos a la causa española. Llegamos a los años 20, con una guerra mundial superada que borra del mapa de intereses a Alemanes y Turcos, y con los españoles circunscritos a sus áreas de dominio tradicionales, es decir, Ceuta, Melilla y poco más, con un ignoto Protectorado en su zona oriental, agitado en algunas zonas, como el Rif, por antiguo líderes despechados por España y a la que guardan gran rencor, caso de Mohammed Abd el-Krim.
Llegamos al año 1920, con un monarca, Alfonso XIII muy intervencionista en los asuntos militares, y con la asunción del mando en la Comandancia Militar de Melilla de un personaje que contaba con el favor real como Manuel Fernández Silvestre (héroe de las Guerras en Cuba). La situación europea estaba en calma y la presencia española en el Protectorado era absolutamente irreal al no dominar ni controlar el territorio; es entonces cuando el Comandante Militar de Melilla inicia desde el momento mismo de su incorporación una penetración rápida en el territorio circundante a Melilla instalando una línea de posiciones que va alargando insensatamente con mucha distancia entre ellas, mal abastecidas y peor dotadas. No obstante los avances son espectaculares. La maquinaria militar española domina en un año más zonas que durante los diez anteriores, la ilusión del dominio de facto del Protectorado se instala tanto en la sociedad española como en sus más altas instancias del poder.
Uno de los objetivos primordiales de este avance sin pausa y sin previsión, era dar caza en su propia guarida al líder rifeño que más alianzas concitaba a su alrededor, Abd El-Krim, quien desde su Axdir natal, poblado dominador de la bahía de Alhucemas (Al Hoceima), llevaba años hostigando a las tropas e intereses españoles.
Silvestre tan arrogante e intrépido como irresponsable, levanta en la hoya de Annual (cerca ya de Alhucemas) su cuartel general, base de operaciones que congrega alrededor de cinco mil hombres, teniendo los otros cinco mil repartidos en esa temeraria frontera de posiciones y blocados que desde las entrañas del Rif llega a las puertas de Melilla.
Los problemas empiezan a surgir al redoblarse los ataques a este cuartel general impidiendo que se puedan hacer las aguadas indispensables para sobrevivir el día a día. Llegamos al día 21 de julio de 1921 la situación se ha vuelto ya insostenible: Los destacamentos de Abarrán e Igueriben, salvaguardas de Annual, arrasados y aniquilados a la vista de la tropa. Quedan víveres para apenas tres días y agua para uno… se piden desesperadamente refuerzos en tal cantidad y calidad que hacen pensar a Madrid que Silvestre se ha vuelto loco. Llegados a este punto de desesperación, miedo y pánico, Silvestre tras barajar varias opciones a cual peor, opta por evacuar en la madrugada del día 22 el campamento con dirección a Melilla.
Percatadas las harkas atacantes de esta operación y en la salida de las columnas (una con heridos) se lanzan a un feroz tiroteo contra ellas que siembra el terror entre soldados y oficialidad. Silvestre, medio loco, se suicida; la noticia corre como la pólvora entre soldados y oficiales que huyen ya en desbandada.
Lo que continúa en esta loca carrera hacia la salvación en Melilla es tragedia tras tragedia. Los blocaos y posiciones van cayendo uno a uno, algunos aniquilados y otros en repliegue por su cuenta y riesgo hacia la salvación melillense. Reagrupadas por el General Navarro y auxiliados por las cargas del Regimiento de Caballería de Alcántara, logran refugiarse primeramente en Dar Driuss y luego, después de continuar marcha, en Monte Arruit… llevamos más de dos semanas de huida infernal, es nueve de agosto cuando Navarro rinde Arruit. Sin respetar lo pactado y con las tropas ya desarmadas, alrededor de tres mil hombres, son masacrados y el Alto Mando hecho cautivo. El desastre se ha consumado.
Autor: Santos Yubero Alonso para revistadehistoria.es
Nota: El autor, en abril del 2017, recorrió en bicicleta una ruta por los lugares de los sucesos históricos, desde Ceuta hasta Melilla.
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