Érase una vez una familia muy simpática. A la consulta han venido y vienen juntos la mamá con las niñas y la abuela. Supereducadas y divertidas. Hace poco nos vimos de nuevo y como siempre fue una visita entretenida y agradable. Al estar sentado en la camilla explorando a una de ellas oigo una exclamación unámime. ¡Horror!, encima de uno de los sillones para sentarse los padres había millones de bolitas de caramelos de colorines. La abuela estaba con cara de espanto con una bolsa de plástico en la mano llena de medio millón de caramelos. O sea, resumiendo la escena, una de las niñas estaba sentada, detras suyo los millones de caramelos esparcidos por el sillón y algunos por el suelo, la abuela atónita con la bolsa medio vacía de caramelos apurada diciendo: "vamos niña, vamos a recogerlos rápido". Ni con una excavadora los hubieramos podido retirar y con un aspirador Dyson se hubiera embozado. Así que, por falta de medios, se afanaron en recoger los caramelos a puñados metiéndolos en la bolsa. Cuando ya estaban recogidos, con cara de pícaro, le solté con sorna. "Vaya con la abuela, comprando toneladas de chuches a las nietas..", "No, no, doctor, me cortó muy seria, son mias, me gustan mucho estas chuches".
Pues nada, la abuela a la que le gustaban las chuches me dejó la consulta minada de ellas. Algún niño todavía pesca alguna cada día.