Que el ser humano está haciendo mucho daño al planeta, es algo que, por sabido, ya resulta hasta obvio el comentarlo. Contaminación, calentamiento global, deforestación, extinciones... por solo enumerar unas cuantas ( ver El insólito peligro de extinción de las ladillas y el vello púbico ), están a la orden del día en cuanto sacamos la cabeza por la ventana. No obstante, y aunque pareciera que ya lo tenemos todo visto, el hombre, en su extrema capacidad destructora y aún mayor chapucería innata, siempre es capaz de sorprendernos y hacernos llevar las manos a la cabeza una vez más. Y esto mismo es lo que pasará cuando conozca lo que ocurrió en Luisiana (EE.UU.), cuando se alinearon una mina, un lago y una perforación petrolífera. El resultado, tremendo como él solo, se le conoce como el desastre del lago Peigneur.
La mañana del 20 de noviembre de 1980, mientras que aquí los elementos más afines al franquismo conmemoraban el quinto aniversario de la muerte de Franco, en el otro lado del mundo, en un tranquilo lago ubicado, curiosamente, a 15 km de Nueva Iberia (fundada por malagueños el 1779), los trabajadores de una plataforma petrolífera de la empresa Texaco situada en medio del lago notaron que algo no iba como debiera: en llegando a 375 m de profundidad, el trépano se había atascado y no había forma de sacarlo. Y eso, en aquella zona y esa profundidad, era de todo menos normal. El sonido sordo de varias explosiones bajo la plataforma y la inclinación que la torre iba tomando, tampoco presagiaban nada bueno, por lo que los 12 trabajadores decidieron salir pitando de allí. Suerte tuvieron, ya que, a los pocos minutos, aquellos azorados trabajadores veían que la plataforma entera desaparecía engullida bajo el agua, aunque... ¡alto! ¿Cómo podía desaparecer una torre petrolífera de 45 metros en el fondo de un lago que apenas tenía 3 metros de profundidad?
En aquel preciso momento, en el nivel 3 de la mina de sal que a orillas del lago Peigneur explotaba la Diamond Crystal Salt Company, algo también se había descontrolado. Los trabajadores detectaron que, en aquel nivel situado a 396 metros de profundidad, una auténtica riada que llegaba hasta las rodillas recorría la galería de 25 metros de alto por 15 de ancho, disolviendo rápidamente los pilares de sal que mantenían el techo de la mina. Dado el aviso de emergencia, el grueso de los 55 mineros que en aquel momento estaban sacando sal en el nivel 4 a 457 m de profundidad, salieron como pudieron por el ascensor de 8 personas. La sangre fría y los simulacros de evacuación ayudaron a que no hubiera víctimas... pero... ¿qué había ocurrido?
De mientras, en la superficie, en la zona donde se había hundido la torre petrolífera, el agua había empezado a girar y a formar un torbellino cada vez más potente que, a modo de Maëlstrom ( ver Maëlstrom, el torbellino del infierno ) empezaba a engullir todo lo que había en el agua. Todo.
Tal era la potencia de aquel torbellino, que los pescadores que hasta entonces estaban tranquilamente pescando siluros con sus barcas, tuvieron que salir escopeteados del agua porque el torbellino, que había alcanzado los 400 m de diámetro (el lago Peigneur tenía 526 ha de superficie) estaba absorbiendo el agua del lago a una velocidad endiablada... y no solo el agua.
La fuerza desatada de aquel vórtice incontrolable, junto con el agua, empezó a engullir las orillas del lago, desapareciendo dentro de él trozos de bosque, árboles centenarios, casas, barcas y todo lo que pilló. Según los testigos, parecía que se avecinaba el fin del mundo, y no era para menos, ya que el remolino se tragó toda el agua del lago (13,25 hm3, superior a la capacidad del embalse de Flix) en tan solo... ¡3 horas! Y no bastante con eso, en su infernal absorción, se tragó 24 hectáreas de tierra firme, a la vez que hizo que el Canal Delcambre, que usualmente era el drenaje del Peigneur, cambiase de sentido y empezase a introducir agua salada del Golfo de México en el lago. Canal que, en su contracorriente, arrastró al fondo del torbellino a 11 gabarras de mercancías a la vez que formaba una cascada de 60 metros de alto. Si algo se parecía a un agujero negro en la tierra, sin duda era aquello. Sin embargo... ¿qué era lo que había pasado allí para semejante fenómeno?
Si bien oficialmente no se sabe lo que sucedió porque la Texaco llegó a un acuerdo con la compañía explotadora de la mina de sal y los afectados, por el cual abonaba 45 millones de dólares en indemnizaciones y no hubo juicio, ni investigación paralela (además de que el torbellino había hecho desaparecer cualquier posible prueba), se cree que la perforación petrolífera perforó por error de puntería el techo del tercer nivel de la mina de sal, produciendo la entrada masiva de agua del lago. Se estima que fue un error en las medidas de geolocalización usadas por unos y otros lo que produjo el accidente, ya que ambas compañías conocían la existencia de la actividad de la otra. No obstante... ¿cómo pudo producirse semejante colapso a través de un mísero agujero de 35 cm de diámetro?
Según parece, la presión del agua en el descenso descontrolado, provocó la disolución de las capas de sal que atravesaba la perforación. De esta forma, conforme que bajaba más agua y derrubios hacia el interior de la mina, el agujero se iba haciendo más grande, aumentando exponencialmente su capacidad de absorción, rellenando de agua, sedimentos y desechos los túneles excavados en la extracción de la sal. Túneles que acabaron por colapsar al disolverse a su vez los pilares que aguantaban la estructura y provocando que el aire del interior de las galerías se viera impulsado a presión, generando géiseres en la superficie que llegaban hasta los 30 metros de altura ( ver El Géiser Fly, una maravilla fruto de un error humano ). Ahí es nada.
Al final, el agua que entraba desde el mar (distante unos 20 km) acabó por rellenar todo el antiguo lago, el cual pasó de ser un somero lago de agua dulce a un lago de agua salada con una máxima profundidad de 60 metros, cambiando totalmente el ecosistema lacustre. El canal Delcambre, por su parte, una vez igualados los niveles, volvió a actuar como drenaje y el remolino, una vez calmado, expulsó a la superficie 9 de las 11 gabarras que había absorbido en su furia destructora. La mina de sal cesó la explotación por razones obvias (se llenó de agua hasta la superficie) y, aunque no hubo víctimas humanas, se dieron por desaparecidos a 3 perros. Una alegría, vamos.
En definitiva, un ejemplo más de cómo la capacidad del hombre de depredar el planeta es infinita y cómo, por mucho que se crea que se controla todo, un pequeño error de cálculo y un agujero de palmo y medio son capaces de desatar las más destructivas fuerzas de la naturaleza. Unas fuerzas de la naturaleza que, desatadas, no nos respetarán en lo más mínimo.
Ni más, ni menos, lo que hacemos con ellas.