Revista España

El desbarajuste horario

Publicado el 15 febrero 2011 por Jmbigas @jmbigas

Por alguna extraña razón que se me escapa, una de las cosas relativas a España de la que nos sentimos particularmente orgullosos son los horarios estrambóticos que practicamos habitualmente, y por los que se rige la vida social de este país. Se lo contamos a los visitantes como la máxima expresión de la calidad de vida y del disfrute personal. Nos reímos de ellos cuando empiezan a poner carita de almuerzo a las doce del mediodía. Y, definitivamente, nos burlamos de ellos cuando pretenden organizar una cena para las siete y media de la tarde.

El desbarajuste de los horarios en España

Reloj espiral
(Fuente: detapeoporgranada)

Contra la creencia popular, este tipo de horarios no son tradicionales en España, ya que proceden de la década de la posguerra, los años 40 del siglo XX. Y tienen mucho que ver con una realidad de pobreza que obligaba al pluriempleo. Y era el almuerzo el que separaba las dos jornadas de trabajo, y la cena no podía ser antes, porque el segundo trabajo no terminaba hasta tarde.

Hemos progresado mucho desde entonces, pero ciertas consecuencias de ese estilo de vida no solamente no se han modificado, sino que a menudo las tenemos por las más convenientes y las consideramos como el mejor exponente de la alegría de vivir que nos caracteriza a los españoles.Sin embargo, desde mi punto de vista, los horarios que practicamos tienen algunos inconvenientes muy graves. Quedar para cenar con unos amigos, por ejemplo, a las nueve y media, sabiendo que no empezará la cena antes de las diez, significa que, incluso sin prolongación de ningún tipo, vamos a trasnochar con seguridad. Difícilmente regresaremos a casa antes de la una de la madrugada, o las dos si hemos accedido a tomar una copita después de la cena.

He viajado bastante a Francia, tanto por motivos laborales como por puro placer. Quedar para cenar a las siete y media o las ocho (como allí es habitual) deja el tiempo necesario para disfrutar de la cena, e incluso de una copita luego, y regresar a casa (o al hotel) antes de medianoche, sin haber trasnochado propiamente.

Cuando actúo de turista viajero (no de residente en un hotel de playa, ojo, que esa es otra historia) procuro moverme con la luz del día. Si se quieren visitar sitios o lugares, la luz del día es el mejor acompañante. Incluso para viajar en coche, hacerlo de día le añade varios ingredientes muy agradables. Lógicamente, la luz del día es variable dependiendo de la época del año, pero me he acostumbrado a un horario que me permite aprovechar al máximo ese recurso limitado. Para ello, procuro realizar un buen desayuno en el hotel, y estar preparado para salir en torno a las ocho de la mañana. En torno a las doce y media o una de la tarde, una parada para un almuerzo ligero, o incluso un simple tentempié. Procuro estar en el hotel de destino (el mismo o diferente, dependiendo de la planificación del viaje) no más tarde de las seis o siete de la tarde. Para cenar a las ocho como un señor, y poderse acostar no más tarde de las diez y media u once de la noche. Con ello, levantarse a las seis de la mañana el día siguiente no será un sacrificio enorme.

De esta forma, si has previsto ruta con el coche, aprovechas al máximo las horas diurnas (en que puedes disfrutar del paisaje todo lo que el tiempo meteorológico permita). Si estás de visita en una ciudad, disfrutas de ese par de horas de quietud hasta que abre todo el comercio, los Museos o los monumentos que quieras visitar, y ves la ciudad moviéndose a su ritmo natural, no al de los turistas. Por ejemplo, la última vez que estuve en París pude visitar el Sacré Coeur de Montmartre un día laborable de ocho a nueve y pico de la mañana. Lo vi como nunca lo había visto hasta entonces; antes de que las hordas de turistas lo invadieran a partir de las nueve y media.

Y luego por la tarde, a las siete se te han agotado las pilas. Si no se puede cenar hasta las diez, esas tres horas serán de aperitivos diversos y cervezas, forzados para esperar a que llegue la hora de cenar. Mucho más civilizado cenar a las ocho, y después de cenar que cada cual prolongue la velada como mejor le apetezca. 

Claro, una planificación de este estilo es muy complicada de llevar a cabo en España. Por supuesto puedes desayunar en el hotel a las siete de la mañana, por ejemplo. Pero con eso no aguantas hasta las tres de la tarde en que se puede almorzar. Tienes que renunciar a cualquier tipo de almuerzo agradable, y tomar un tentempié de cualquier forma a la una. Y luego, por la noche, es imposible cenar a las ocho, por ejemplo. Si cenas a las nueve y media, difícilmente te podrás acostar antes de medianoche, y levantarse al día siguiente a las seis de la mañana será un quebranto insostenible.

Con ello quiero desmontar el mito de que los horarios españoles son el paradigma de la 'joie de vivre' y demás. Es mentira. Los horarios habituales en España, por el contrario, son diabólicos, y dificultan el aprovechamiento racional del tiempo.

El desbarajuste de los horarios en España

La Persistencia de la Memoria (Los Relojes Blandos)
Salvador Dalí (1931)
(Fuente: Lizard_CR)

Para los días festivos, los países centro europeos y nórdicos inventaron una gran muestra de civilización sofisticada, que es el llamado brunch. Es decir, una comida a medias desayuno y a medias almuerzo, que se puede tomar desde las 11 ó las 12 del mediodía, hasta las tres o las cuatro de la tarde. Partiendo de que en día festivo queremos descansar, y nos levantamos tarde, esta es una opción de lo más conveniente. Porque encajar un desayuno y un almuerzo cualquier domingo en que nos levantemos después de las diez de la mañana es un fino trabajo de orfebrería, de éxito imposible. Que nos lleva, claro, a almorzar a las cuatro de la tarde; a no tener hambre para la hora habitual de la cena (con lo que la retrasamos todavía más) y, curiosamente, a trasnochar porque no nos apetece irnos ya a la cama; y a empezar la semana siguiente con déficit de sueño desde el propio lunes.

En fin, con el tema de la crisis económica con la que nos está tocando convivir, el asunto de los horarios es uno más de los que se acaba poniendo encima de la mesa, cuando se quieren dilucidar los aspectos relacionados con la productividad y demás. Los horarios que habitualmente practicamos en España, de modo natural pero no necesariamente deseado, nos llevan a prolongar artificialmente las jornadas de trabajo más allá de lo que sería razonable, pero no a ser más productivos. Y una simple cena con los amigos nos obliga a trasnochar, con lo que al día siguiente estamos en malas condiciones. Si comemos tarde, llegamos con hambre, y el almuerzo acaba siendo demasiado copioso, con lo que la mitad de la tarde se nos va en sopores.

Por todo ello, creo que debemos dejar de mirar de soslayo a los que proponen modificaciones en los horarios habituales de este país. Algunos cambios pueden contribuir, por motivos diversos, a mejorar de verdad nuestra calidad de vida. Y no debemos considerar para nada que se trate de un atentado a las tradiciones más acendradas de este país, porque es falso.En esto, seamos también un poco más europeos.

JMBA


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