Revista Diario
El pan con hartura y el vino con mesura, aconseja el refrán popular. Y no le falta razón. Cada cual lo descubre por experiencia, y tarde, cuando el cuerpo pide a gritos ser rescatado de los excesos a los que le somete su inquilino. Mayo es un buen mes para empezar a aligerar alforjas, ir acostumbrando al alma a la templanza y entregarse con disciplina al difícil hábito de descansar. Cuando era más joven pensaba que descansar era un acto reflejo, un acto digestivo más a través del cual nuestra mente se desprende de los excedentes acumulados. Desconectar y listo. Hoy sé a ciencia cierta que descansar requiere del arbitrio de la voluntad. El descanso activa en nosotros un músculo vago e insolente, que se resiste a dejarse guiar y que necesita de tiempo y de un programa de ejercitación progresivo. ¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso!, escribió con acierto Cervantes. Y dio en el clavo. Descansar es un acto de deshabituación, una empresa espiritual en la que el alma obliga al cuerpo a entregarse sin red a la nada, borrando de nuestra memoria RAM las instrucciones de trabajo. De la noche a la mañana le pedimos al cerebro que se desenchufe, que pase a stand by, sin tiempo para masticar este viraje. El descanso, como decía Aristóteles, es una virtud que hay que ganarse, una prisión inexpugnable, que solo se derriba con paciente insistencia. Einstein dijo en alguna ocasión que dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera. Por esta razón, estimado lector, seré el primero en aplicar en propia persona mis palabras y empezar desde ya a someterme a un estricto plan previo a las vacaciones, una escalonada ascensión hacia la ataraxia. Sé que no va a ser fácil, pero del tamaño de los intentos son los aciertos.Prometo no quejarme de cómo está el mundo, no claudicar ante el desconsuelo de los agoreros ni echar la culpa de las desgracias al vecino. Prometo ir dejando poco a poco de leer prensa o de ver el telediario, a no ser que la noticia aliente una pizca de esperanza o active mis genes hedonistas. Prometo abrir Facebook tan solo para hacerme sonreír o infringirme la sana medicina de lo profano. Prometo dedicar cada día al menos media hora para no hacer nada; ver cómo el polvo revolotea bajo el flexo u observar con placer a mi hijo reírle las gracias a Patricio.Ramón Besonías Román