Revista Opinión
Hace un par de semanas en una tienda de mi barrio, los que allí nos encontrábamos comprando, comenzamos espontáneamente una tertulia, el tema fue el cáncer. Habían dado en la televisión unas estadísticas sobre el incremento de esta maldita enfermedad en España. Todos pensábamos más o menos lo mismo, la porquería que meten en la carne, la polución, el abono químico y el mercurio en algunos peces como el atún o el pez espada, era la causa más probable del incremento del cáncer. Pero el otro día leyendo el diario El País, me sorprendió un articulo y me intereso mucho lo que decía « las mujeres de la provincia de Ourense encabezan una triste y misteriosa estadística: son las españolas más golpeadas por el cáncer de pulmón. Eso no puede ser por el tabaco, la culpa es del radón según el investigador Alberto Ruano, de la Facultad de Medicina de Santiago». La historia comienza en 1985 cuando Stanley Watras, empleado de una central nuclear de Pennsylvania, hizo saltar las alarmas del complejo cuando le detectaron una radiación en el cuerpo que no era normal. Se abrió una investigación en donde pudieron comprobar que no se había contaminado en el puesto de trabajo… sino en su hogar. El agresor invisible era un gas radiactivo, imperceptible, que emana de los subsuelos graníticos donde más radón se genera porque sus rocas son ricas en uranio, el elemento origen de este gas. De ahí que se encuentre en buena parte de la península, se concentra en viviendas y lugares de trabajo, sobre todo en sótanos y plantas bajas. La Unión Europea reconoce que esa exposición constante al radón supone un importante riesgo para la salud y, tras 30 años de alertas científicas, obligará a partir del año que viene al Gobierno español a tomar medidas. Lo que hace este elemento es emitir partículas alfa, muy energéticas, que impactan de forma continua contra el epitelio pulmonar y multiplican el riesgo de sufrir cáncer, incluso en mayor medida que el humo ambiental del tabaco, incide el señor Ruano. Ante la peligrosidad de este asesino silencioso, la Unión Europea aprobó en 2013 una directiva (2013/59/Euratom) que entrará en vigor el año que viene y que por primera vez obliga a los gobiernos a realizar mediciones en lugares de trabajo ubicados en áreas de riesgo y mitigar la concentración de radón en los que se registre un mínimo de 300 becquerelios por metro cúbico, la unidad de medida utilizada con este gas y que equivale a la desintegración atómica que se produce en un segundo. Los países miembros deberán además introducir requisitos específicos en los códigos de edificación que eviten la entrada de este gas en los inmuebles de nueva construcción y “fomentarán” su reducción en las casas ya existentes. Para acabar, la Administración tiene la obligación de proteger a los ciudadanos de este agente cancerígeno, la Organización Mundial de la Salud fija en 100 ecquerelios el límite para nuestra salud. Pero hay mediciones en viviendas gallegas en las que se detectaron hasta 3.000 y 4.000 becquerelios.