Revista Insólito
En alguna ocasión me he referido aquí al minero. Más que al empresario que, en circunstancias difíciles, registró la explotación a veces con nombres tan curiosos como Pedrito, Legalidad o San Patricio, esta última a nombre de Alejandro Gandarias, cuyo título de propiedad figura con el número de expediente 942, con fecha 23 de febrero de 1893.El académico de la Tello Téllez, Faustino Narganes, natural de Traspeña de la Peña, llevó en su discurso de entrada en abril de 1997, el interesante estudio de los mineros y minas de antracita en la provincia de Palencia.En Palencia, casi todos han oído hablar alguna vez del auténtico descubridor, el sacerdote de Salcedillo Ciriaco del Río que, cuando regresa del mercado de Aguilar, encontró unas piedras negras y lustrosas en el lugar conocido como “Casablanca”, entre Orbó y Barruelo. Casualmente, el hombre había leído en un diario de Madrid “El Castellano”, un reportaje sobre el carbón. Comenzó entonces a experimentar con las piedras que cogió de muestra hasta que, convencido de la importancia de su hallazgo, fue a comunicárselo a un amigo que tenía en Reinosa llamado Collantes. A cambio de que mantuviera su boca cerrada, el cántabro le obsequió con seis mil reales, cifra que crecería desorbitadamente cuando el avispado negociante se lo vende al Crédito Mobiliario por 700.000. A su vez, aquellos se lo ceden a la empresa minera que dependía del Ferrocarril del Norte por un millón de pesetas, hasta que en 1922 se constituye en S.A. Minas de Barruelo mediante el abono de catorce millones. Curiosa historia que explica con todo detalle otro colaborador de esta casa, José Pérez, en la revista “Pernía” que yo editaba en Bilbao en la década de 1980.Pero el cura, que fue el auténtico descubridor y el que menos recibió, contento, y estas comarcas un volcán de ilusión, creciendo vertiginosamente. Durante muchos años sólo se vivió por y para la mina. No sé ustedes, pero yo me impresiono todavía cuando abro esta separata que me remitiera el académico por las últimas páginas y leo que en 1845 tenía Santibáñez de la Peña 94 habitantes y en 1900, 3669. Tal fue el crecimiento que en 1930, Santibáñez duplicaba a la población de Guardo. Y otro tanto sucede en San Salvador de Cantamuga que toca techo en 1950 con 836 habitantes, increíble aumento de población motivado por las numerosas explotaciones de carbón que se fueron abriendo.Tal era el optimismo reinante que a poco de descubrirse el preciado elemento, en 1859, se intenta construir un ferrocarril que pueda abrir al exterior la cuenca carbonífera de La Pernía. El trazado partiría de San Juan de Redondo donde hace poco tiempo cerró Montebismo, la última de las explotaciones, hasta empalmar con la línea de Alar del Rey a Santander. Incluso se piensa en otro ramal que empalme con esta misma línea y que partiría de Camasobres. Ese mismo año, Eugenio García, político de Amusco, y director de la sociedad minera “La Cantábrica”, presenta al Ministerio de Fomento la construcción de otro ferrocarril que uniría Aguilar de Campoo con Vergaño, pasando por Salinas.La impresión que nos queda es que las cosas han sucedido demasiado deprisa y, por no saber, por ese miedo a perder sin haberlo intentado, hemos perdido la ocasión de obtener beneficios, llámense trenes, llámense carreteras, a cambio de todo ese fulgor que despertamos. Como dice mi paisano Faustino, recurriendo a un adagio latino: “Nada es querido si antes no es conocido”.Para saber más: Cervera, Polentinos, Pernía y Castillería, de Froilán de Lózar, editorial Aruz, 2ªedicc, 2009Imagen: Gonzalo Alcalde Crespo