Revista Insólito
Capítulo IX
El descubrimiento y la Centuria española
Cuando llegó el momento de que Cristóbal Colón y sus hombres pusieron un pie en América, España estaba ya preparada para afrontar, entre otras, las consecuencias metalúrgicas de ese acontecimiento que, según escribió Humbolt, "duplicó todo lo creado", estimulando poderosamente las inteligencias y acelerando el progreso de las ciencias.
Así empieza un capítulo que el profesor L. Aitchison, en su "Historia de los Metales" la ha llamado "la centuria española". Saboreando este capítulo en la versión de este autor, tiene a veces el español la sensación de morderse el carrillo, y acaba gustando aquel verdadero manjar con dolor no menos verdadero.
Reconozcamos la gentileza de adjetivar española a una centuria, pero apresurémonos a aclarar que, para ser protagonistas de una centuria, los españoles necesitamos, sin duda, hacer algo más que retraer el oro, como él pretende. Entre la vorágine de descubrimientos que los españoles hicieron por aquel entonces no figura, por cierto, el "Auri rabida sitis". La historia que venimos exponiendo repite, hablando del oro, un estribillo de codicia que han tarareado todos los pueblos, y que con indulgencia cristiana vamos a atribuir a la debilidad humana. Sorprende en este autor una apreciación tan centrada en los españoles cuando él mismo nos cuenta que Sir Walter Raleg, prisionero de Jaime I durante doce años, acudió a la codicia del Rey para negociar con él un año o dos más de vida prometiéndole traer un rico tesoro en oro de la Guayana. La expedición de Ralegh a la Guayana fracasó en su intento de encontrar el oro prometido al Rey, lo mismo que habían fracasado cien años antes los conquistadores españoles en la misma región. Así pues, Raleg murió en el patíbulo por una condena sentenciada quince años antes. Hubo otros -siguió diciendo el Profesor Aitchison- que salieron con la misma intención de encontrar colonias en el mundo, mientras algunos simplemente navegaban hasta las Américas con la esperanza de saquear los tesoros españoles. Francis Dralos navegó también alrededor del mundo recogiendo en ruta un considerable botín en metales preciosos de las colonias españolas en América del Sur. En el mismo libro aparecen también tan notables como curiosas contradicciones del mayor interés metalúrgico. Se dice, por ejemplo que los españoles no hicieron nada por desarrollar la industria y el comercio, ni en su propia casa ni en las Américas, mientras que en otro pasaje se reconoce que los españoles que conquistaron Méjico y Perú cambiaron algunos procedimientos para el beneficio del oro y de la plata. Por proceder de un país de antigua tradición en el beneficio de metales preciosos -agrega- revolucionaron los métodos de beneficio de los metales preciosos. Modernizándoles para aquellos tiempo, aumentaron el rendimiento y abrieron nuevas posibilidades. Hacia 1550 los españoles descubrieron cinabrio en Méjico y montaron una industria para la obtención de mercurio. Como el oro era difícil de extraer -sigue diciendo el Profesor Aitchison- Colón pidió a la Corte española que enviase algunos mineros de Extremadura que eran hábiles en la extracción del oro por el procedimiento de amalgamación. "Por sorprendente que parezca los españoles descubrieron el platino en América" -concluye el Profesor-. No obstante, para tranquilizar a nuestros compatriotas y documentar al Profesor Aitchison, se reseñan a continuación algunos hechos de interés metalúrgico que protagonizaron los españoles durante esta centuria.Ya a principios del siglo XVI, más de 6000 guairas iluminaban el Cerro de Potosí (Perú), para el beneficio de la plata. En 1554, Bartolomé de Medina, natural de Sevilla, minero de Fachuca (Méjico), introdujo en la extracción de la plata el procedimiento llamado del patio. Era este un proceso de amalgamación que se realizaba sobre el suelo enlosado donde se mezclaban íntimamente el mineral con agua, sal, mercurio y una sustancia llamada magistral. Cuando se empezó a aplicar en Nueva España (Méjico) se empleaba mercurio de España. El procedimiento fue intuitivamente modificado de acuerdo con la naturaleza de los minerales. Así, por ejemplo, en 1576, Juan de Capellín, minero de Tasos (Méjico), inventó un sistema para condensar los vapores de mercurio bajo el agua, procedimiento que se llamó capellina. Pedro Contreras fue hasta Perú, desde Méjico, porque oyó hablar del limpe que utilizaban los indios para sus tatuajes, sospechando que pudiera identificarlo con cinabrio. En efecto, en 1560, descubrió las minas de Tomaca, aunque de mineral no muy rico. Tres años después, en 1563, Amador Cabrera encontró el Almadén de Perú, el fabuloso cerro de Guancavélica, "un peñasco de piedra durísima empapada toda de azogue". Cuando Amador Cabrera murió en 1573, las minas de Guancavélica fueron arrendadas. Pedro Contreras estaba entre los españoles que allí se establecieron, e instaló los hornos llamados javecas, ya conocidos en España (xavecas de los árabes). Rodrigo de Torres Navarro, otro colono, sustituyó los fuegos de madera por los de hiché, una especie de esparto que arde con abundante llama. Las minas de Potosí estaban casi acabadas hacia 1570. Todos los intentos que se venían haciendo para beneficiar su mineral por el procedimiento de amalgamación habían fracasado. Al fin, Pedro Fernández de Velasco tuvo éxito, y con su amalgamación modificada realizó entre los Cerros de Potosí y Guancavélica lo que un virrey llamó "el más importante casamiento de todos los tiempos". Los hermanos Carlos y Juan Andrés Corze, mejoraron el proceso de amalgamación, agregando a la mezcla limadura de hierro. Su procedimiento se empleó por primera vez en 1587. En los archivos de la Cámara Aúlica de Viena, existe un documento en el que se dice que en 1558 un español, llamado Juan de Córdova, ofreció a la Corte Imperial un proceso para la extracción de plata por medio de mercurio, procedimiento que fue puesto en práctica en 1592 en las minas de Kutemberg (Sajonia). D.Lope de Saavedra Barba, que practicaba la medicina en Guancavélica, se interesó también por los minerales. Como resultado de sus estudios concibió un nuevo tipo de horno. Por su industriosa actividad se conocía a Lope con el nombre de "el buscón" y, por extensión, sus hornos fueron llamados busconiles. Con el horno de Saavedra Barba, que empleaba aire como desulfurante, se suprimieron los recipientes y se evitaron las cenizas; se enonomizó mano de obra y energía; se aprovechó de forma completa el mineral; el mercurio salía limpio y el bermellón era puro; y se aumentó la producción, no sólo por el tamaño del horno, sino por la precisión con que se realizaba la destilación y la desulfuración. Este horno inspiró a Juan Alonso de Bustamante, el que con el nombre de Aludel, se ha venido empleando durante muchos años en Almadén. Bernardo Pérez de Vargas publicó en Toledo, en 1568 su libro "Repertorio perpetuo o Fábrica de Universo", donde se hacía referencia al empleo de los metales. Unos años más tarde, 1569, publicó su otro libro "Do Re Metálica". En verdad que es muy sospechosa la coincidencia del título de este libro con el magnífico de Gergius Agrícola, publicado en 1556. Aunque el libro de Agrícola es tan superior al de Pérez de Vargas, que no ha lugar a la comparación, vale la pena anotar que nuestro autor dice en la introducción que intenta añadir nuevos libros a los nueve que forman el volúmen tan pronto como se asegure por previa experiencia "porque mi temperamento no se satisface con verlas escritas por prestigiosos escritores, sin haberlas experimentado yo mismo". Los fenómenos que se iban descubriendo con la práctica del beneficio eran ya objetos de intentos de interpretación, que deben juzgarse situándose en el tiempo, y que, en cualquier caso, están fácilmente humanizados con conceptos de simpatía y antipatía. El sevillano Juan de Cárdenas, por ejemplo, escribió en 1591 que, "el beneficio de los metales por el azogue, no es otra cosa que cuestión de simpatías y antipatías, siendo la primera el agente de la unión del azogue a la plata, auxiliada por el calor que le presta la salmuera, como podría prestarse por otro mineral caliente. La antipatía entre el calor y el azogue, ambos de naturaleza opuesta, es la causa de la pérdida de este último en el beneficio y no la conversión del azogue en plata como pretendían los mineros". Como consecuencia de este enriquecimiento técnico de la metalurgia se crearon toda una serie de vocablos que Mr. Roswag recoge en su Encyclopedie Quimique, en un vocabulario de cerca de doscientas palabras, la mayoría españolas, necesarias, según él, para comprender la metalurgia de la plata.
Felipe Calvo
Científico, Catedrático de metalurgia
Madrid, 1964