Revista Economía
Economist Intelligence Unit
Datos de la Organización Internacional del Trabajo muestran que la tasa de desempleo en países desarrollados fue de 8.8% en 2010, mayor que el 8.4 de 2009 y el 5.8 de 2007. La falta de recuperación en el empleo es preocupante, pero no inesperada. En un estudio publicado en 2009, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff encontraron que en las recesiones que siguen a las crisis financieras la tasa de desempleo se incrementa en promedio 7 puntos porcentuales y llega al máximo en un promedio de 4.8 años después del bache. A tres años del inicio de la crisis actual, la tasa de desempleo comienza a caer en EEUU y la zona euro, pero la recuperación resulta lenta e inconsistente. En EEUU, por ejemplo, la tasa fue de 9% en abril, menos que el 8.9 de noviembre pero más que el 8.8 de marzo. En la zona euro fue de 9.9 en marzo, ligeramente menor que el 10.1 de octubre.
El principal problema es que las economías desarrolladas siguen creciendo muy despacio. La mayoría tiene aún grandes diferenciales de producción (diferencia entre su producción potencial y la real), lo cual significa que podrían crecer de prisa, sin acumular inflación, si fuera posible impulsar la demanda. Pocas, sin embargo, logran un crecimiento del PIB muy arriba de la tendencia, así que la creación de empleos apenas se ha mantenido al paso del crecimiento de la población en edad laboral. Por desgracia, el campo para estímulos fiscales y monetarios es limitado.
En la zona euro, por ejemplo, los países que más luchan con el desempleo son los que tienen los mayores problemas de financiamiento público. Más de la quinta parte de la fuerza de trabajo en España está desocupada. Al mismo tiempo, con tasas arriba de 5% en los bonos soberanos a 10 años, los mercados se apresurarían a castigar cualquier signo de prodigalidad en el gobierno. Las otras economías asediadas de la zona euro –Portugal, Irlanda y Grecia– se encuentran en posición similar, con tasas de desempleo que van de 11 a 15%, pero con los vigilantes de los bonos oponiéndose a cualquier estímulo fiscal.
Aunque GB tiene más espacio de maniobra, se embarca en un programa de estricta austeridad. El desempleo allí es de cerca de 8%. Pronto comenzarán los ceses en el sector público hasta alcanzar 330 mil en tres años, lo cual se añadirá al desalentador panorama del empleo. Al otro lado del Atlántico, EEUU ha transitado más despacio hacia la austeridad. Enfrenta pocas dificultades financieras a corto plazo, igual que GB, pero el Congreso está ahora firmemente enfocado en reducir el déficit.
También la política monetaria está restringida en los países que necesitan más estímulo. En EEUU, GB y Japón, las tasas de interés de referencia son lo más bajas posible. La segunda ronda de inyección de dinero de EEUU al mercado ha infundido cierta vida a la economía, pero el programa de compra de bonos está llegando a su fin. El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, ha expresado dudas sobre los efectos positivos que tendría una nueva ronda. El Banco de Inglaterra se preocupa de la creciente inflación y es más probable que restrinja las tasas en vez de inyectar más dinero.
Entre tanto, el Banco Central Europeo (BCE) ya ha elevado su tasa principal de referencia para evitar un aumento en la inflación principal generado por el precio de los productos primarios. Es probable que vengan más incrementos. Esta postura se justifica por el mandato del BCE de contener la inflación y por el robusto desempeño de Alemania, la mayor economía de la zona euro, donde el desempleo, de 6.3%, es ahora más bajo que antes de la crisis. Sin embargo, en toda la zona de divisa única el desempleo está en un promedio de 10%.
Sin control sobre sus propias políticas monetarias ni espacio para devaluar su moneda, países como España e Irlanda tal vez sólo puedan atacar en serio el desempleo luego de un largo y doloroso periodo de depreciación del salario. Esta necesidad se ilustra en los cambios en los costos unitarios del trabajo que han ocurrido desde que nació la zona euro, en 1999. En Alemania se han elevado en sólo 6%, mientras en España han crecido 37%, en Grecia 44 y en Irlanda 35% (Gráfico 2). Ni siquiera está claro si la depreciación de salarios dará resultado. En los países de la zona euro que están en problemas, los hogares cargan con altos niveles de deuda, los cuales se volverán aún más difíciles de solventar si los salarios caen… y esto a su vez tendrá efectos desastrosos en la demanda de consumo.
El dolor a largo plazo en el mercado laboral no se limitará a la zona euro. EIU no prevé que el desempleo en EU caiga muy por debajo de 7% hacia 2015, y en GB será aún mayor. El débil crecimiento del PIB será la causa principal, pero existen otros factores. EU ha aprovechado una fuerza laboral extremadamente móvil, dispuesta a trasladarse por todo el país en busca de trabajo, libre de barreras lingüísticas o legislativas. Pero el colapso de los precios en el mercado interno ha puesto a una cuarta parte de los estadunidenses en números rojos en sus hogares, incapaces de vender y mudarse. Aunque la recuperación continúe, las disparidades geográficas entre los trabajadores dispuestos y las vacantes podrían contener el crecimiento del empleo. La crisis financiera también puso fin al auge de la construcción de la década precedente. Hoy hay en EU un millón de trabajadores menos en la construcción que en 2006-07 (en España hay 1.2 millones menos y en GB 150 mil). Muchos no podrán esperar a la recuperación y necesitan encontrar trabajo en diferentes sectores, para los cuales tal vez no estén capacitados.
Además, mientras más tiempo estén desempleados los trabajadores, más difícil les resultará encontrar empleo, debido a la pérdida de capacidades y al estigma de la desocupación prolongada. El peligro es que después de años de altas tasas de desempleo, los países desarrollados se queden con una reserva de personas en edad laboral dislocadas de la fuerza de trabajo. Y como las tasas de desempleo de jóvenes son particularmente elevadas, podría ser que un segmento significativo de la sociedad nunca entre en verdad a la fuerza laboral. Aparte de la pérdida en producción potencial, las implicaciones sociales son preocupantes. Japón ofrece un sombrío precedente: seis de cada 10 casos de depresión, estrés y discapacidades relacionadas con el trabajo se encuentran en la generación que se graduó en la década de 1990. Hasta los graduados que encuentren trabajo sentirán el impacto de esta profunda recesión en el curso de su vida: un estudio de la Universidad Yale ha mostrado que por cada incremento de un punto porcentual en la tasa de desempleo, el salario de inicio de un nuevo graduado cae hasta 7%, y que ese diferencial en el pago respecto de quienes empiezan a trabajar en tiempos mejores no se cierra del todo aun después de 15 años de empleo.Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización