Revista Historia
Mariano Rajoy no anda, desfila. Lo hace tanto si se dispone a entrar en el Congreso como si se dirige al atril de esas ruedas de prensa a las que tanto teme. Solamente deja el paso marcial si se encuentra al lado de Merkel deambulando por esos bosques gallegos que conducen a lo que dicen es la tumba de un apóstol. Al lado de la canciller germana Rajoy mide sus pasos y ladea su cabeza para oír, que no entender, lo que su jefa, bastón en mano, le va diciendo.
A mi me da igual que Rajoy desfile, lo que ya no me parece asumible es que pretenda hacernos desfilar a los demás, marcándonos el ritmo de nuestra pobreza mientras nos hace transitar por una senda tortuosa, "un largo y tortuoso camino" que recorremos quejándonos sin esperanza tal y como lo hacia Paul McCartney en su extraordinaria balada de 1970 cuyos versos hacían presagiar la desaparición de The Beatles.
Dicen que Mariano se dejó barba para ocultar ciertas cicatrices que un accidente le dejó en el rostro, ahora en vez de andar desfila a modo militar para ocultar ese gran complejo de inferioridad que seguramente le nació como consecuencia de las burlas de sus compañeros de colegio, se acentuó mientras vestido de uniforme limpiaba las escaleras de la Capitanía General de Valencia, se agravó a causa de sus largos ratos de escudero leal pasados al lado de Manuel Fraga, se consolidó durante los gobiernos del Guerreo del Antifaz y alcanzó su máxima expresión después de perder dos elecciones generales. Rajoy sigue siendo un acomplejado, pero desde 2011 tiene poder y esto suele ser peligroso en manos de personas vengativas.
Como perfecto acomplejado que es, Rajoy miente con asiduidad , y lo hace sin que se le mueva un solo músculo de la cara, solo algunas veces un casi imperceptible tic le delata, y cuando no miente calla. Mintió a la nación entera en su última campaña electoral y lo ha seguido haciendo a lo largo de tres años de legislatura cuando nos alerta de la indudable recuperación de nuestra economía, su vocación de transparencia, la situación del estado de bienestar, sus inexistentes conocimientos sobre la corrupción generalizada que existe en su partido y tantas otras cosas más incluida su relación con Luis Bárcenas.
Si como todos sabemos, mentir es, más o menos, decir lo contrario de lo que se piensa con la intención de engañar, ayer Rajoy volvió a mentir y además lo hizo con luz, periodistas y cámaras. Decirnos a los españoles que es una persona siempre dispuesta al dialogo, cuando todos sabemos que para Rajoy los diálogos son solo un perfecto instrumento para zanjar a su favor cualquier cuestión imponiendo su poder parlamentario, es lamentable, que se lo diga a los catalanes ya es de traca. Solo cuando el dialogo con otros se hace imprescindible, vital, es cuando Rajoy lo promueve, digamos con cierto grado mínimo de humildad, tal y como es el caso de las instrucciones que ha dado a sus barones para que acerquen posiciones con otros partidos políticos para frenar a Podemos, a esos "frikis" como los calificó su gurú Arriola. Si en 2011 la presidencia del gobierno hubiese dependido de CiU, Rajoy no solo habría dialogado con Artur Más de lo que este último hubiese querido, incluso lo habría hecho sobre la celebración de un referéndum no vinculante, de apoyos del PP en la reforma de la Constitución y hasta de la posibilidad de construir un túnel secreto desde la Cerdaña catalana hasta el aparcamiento subterráneo de algún banco andorrano.
Cada comparecencia pública es para Rajoy algo muy desagradable, no digamos ya si es ante periodistas de cuerda diferente a la suya y cabe la posibilidad de que sea preguntado. Se le nota. La altanería con que se comporta y la desfachatez que abunda en sus comunicados, respuestas y silencios nos hace pensar que en lugar de estar ante los informadores de los españoles está en el Congreso enfrentándose dialécticamente con el navarro Sabino Cuadra. Rajoy no tiene carisma, yo diría que tampoco una educación esmerada ni respeto al rival, que no se lo tiene a los españoles está fuera de toda duda, ya sean estos castellanos, catalanes o los descendientes de los fenicios, quien engaña no respeta y Rajoy nos engañó a todos con un programa electoral que sabía que no iba a cumplir y con el anuncio de una debacle general que solo él podía evitar. Luego tras ser elegido no cumplió sus promesas por escrito y tampoco evitó la debacle, fue el Banco Central Europeo quien puso los medios para reducir nuestra prima de riesgo y el dinero para sanear los bancos y cajas de sus amigos financieros y después de tres años la debacle sigue, los niveles de paro, pobreza y descontento ciudadano con todas las instituciones del estado siguen marcando récords históricos por mucho que desde el gobierno se manipulen los datos y las estadísticas. Cualquier día nos dirán, sin pestañear, que la situación en general de España es infinitamente mejor que la que había en 1938 y que por tanto vamos en el camino correcto.
Rajoy no conecta con los ciudadanos, ni lo intenta a pesar de que después de como nos ha machacado al menos debería intentar disimular su despotismo. Claro que esto a su electorado fiel no le importa lo más mínimo, lejos de criticar su falta de sensibilidad aplauden su vocación de ordeno y mando y algunos hasta verían con buenos ojos que la Legión acampase en Monjuit. Ante esta posibilidad Rajoy nos dice que ha actuado con proporcionalidad, cuando la realidad es que no tiene ningún motivo para invadir Cataluña, ni para tomarla policialmente, ni para destituir a su Gobierno, ni tan siquiera para llevar ante los tribunales a sus gobernantes por haber propiciado y organizado entre los catalanes todos el ejercicio del derecho al voto libre y pacíficamente, sea lo que sea aquello que sea sometido a la soberanía popular. Por no tener no tiene ni derecho a dividir a la sociedad catalana entre independentistas y catalanes, tal y como hizo ayer en su impresentable rueda de prensa, poniendo de manifiesto tanto su falta total de sensibilidad hacia Cataluña, como su desconocimiento de algo tal elemental como es que el todo incluye a las partes que lo componen.
Todo lo anterior, por supuesto, expresado precedido de ese "presuntamente" a que el miedo obliga.
Benito Sacaluga.