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Tuvo que llegar Hollywood con el famoso agente secreto del imperio británico para que de ahí en adelante la celebración de Día de Muertos haya empezado a agarrar un tono cada vez más púrpura neón con orejas de ratón, camino a la disneyficación total con barruntos del adjetivo “tradicional” (el James Bond vino a filmar una escena de un -entonces- inexistente Desfile de Muertos en México en 2015). Curiosamente en 2013, porque presuntamente los asistentes se ponían a chupar, prohibieron las ofrendas de Ciudad Universitaria y la del Zócalo (esta última sigue ahí, pero no como lo fue durante varios años). La de CU la han llevado al Centro Histórico pretendiendo que unas maquetas de dos por dos que se tiran de una patada, sustituyan las monumentales que había en “Las Islas” en el campus universitario. La del Zócalo la convirtieron en algo como quirúrgico, más cercano a una tienda de la manzana que a una ofrenda “normal”.
Ante los oficializados desfiles que hoy promueven como internacionales y con otras etiquetas pegadoras, uno se pregunta: ¿quién paga todo eso?, ¿quién programa y con qué criterios? Las vallas y los polis recuerdan más una contención que una celebración. Antes en las ofrendas, la gente circulaba entre ellas, los autores ahí estaban al lado y todo parecía más “de gente a gente” que una innovadora actividad turística de alto impacto captadora de una importante derrama económica, como les gusta decir a los labiosos especialistas.