Asesores inteligentísimos, de esos que llaman “think tanks”, apoyados en un aparataje mediático enorme, se inventaron campañas movilizadoras, con logotipos, slogan, diseño gráfico arrechísimo, como quien quiere vender mayonesa, zapatos o hamburguesas con jugueticos. Campañas cuyos guiones tienen cara y reverso: a la vista, la “sociedad civil” manifestando pacíficamente; por detrás, los muertos necesarios, protagonistas principales, detonantes del desenlace final que nunca llega.
Diecisiete años de intentos fallidos que se diluyen en el desgaste con peligrosos puntos de desesperación. Reguero de sangre que nunca recogen. “Un mal necesario”, decía una señora marcharina en la Toma de Caracas. Claro, hablaba con tanta soltura porque los muertos no eran de ella. Diecisiete años que ya no mueven a nadie y, cuando mueven, la dirigencia opositora, obcecada por su “vete ya” y ante la imposibilidad de que se vaya, golpea a sus partidarios con convocatorias a cacerolazos, o peor, con un paro del 10 minutos como el de la semana pasada. “Mañana a las 12, usted se para 10 minutos esté donde esté” y, por supuesto, nadie le paró a semejante pendejada, salvo una señora, en el Tolón, que se quedó petrificada en mitad de uno de los pasillos y cuya gesta paralizante solo logró que algún incauto le lanzara un par de monedas, confundiéndola con una estatua viviente.
Daría mucha risa, pero la sombra de la muerte, el caos, el camino torcido, siempre está detrás de todo esto. Y tan fácil que sería hacer política seria.
Yo siempre recuerdo lo que decía Roberto Malaver allá en 2012: para la campaña presidencial de Capriles, él no habría tenido que salir de gira nacional ni nada de eso, sino haberse parado en Miranda, luego de haberla gobernado un montón de años, y decirle al país: “Esto es lo que yo les ofrezco”. Lo malo es que, igual que el resto de la dirigencia opositora, no tenía ni tiene nada que ofrecer.
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