Revista Cultura y Ocio

El desierto de los tártaros. Dino Buzzati

Publicado el 03 febrero 2023 por Juancarlos53

«No le asaltó la más mínima sospecha de que aquella noche era muy triste para él, de que en aquellos peldaños, en aquella hora concreta, terminaba su juventud. De que al día siguiente, sin ninguna razón especial, ya no volvería al viejo sistema, ni al otro día, ni más adelante, ni nunca»

Durante meses la busqué por librerías y bibliotecas. Eran tantos quienes hablaban bien de ella que me picaba muchísimo la curiosidad. Pero nada, no la encontraba por ninguna parte. Sin embargo estas Navidades entré en La Central de Callao (Madrid) y allí me estaba esperando. No lo dudé un instante y me la regalé en ese preciso instante. Los RRMM me la habían colocado delante para satisfacer mi deseo.


He leído con gusto este libro y he experimentado con él lo que hacía tiempo no me sucedía y que para mí, cuando me ocurre,  es marchamo de calidad y buena literatura: una vez iniciada la novela, su lectura me llamaba desde que por la mañana abría los ojos. Y eso sólo me había sucedido en mi juventud con Vargas Llosa, García Márquez y algún otro de los grandes. Pues Dino Buzzati y su El desierto de los tártaros ha despertado en mí sensaciones tan gratas como las experimentadas muchos años atrás.
El desierto de los tártarosSinopsis (tomada de la contraportada de la edición de Alianza Editorial)
La historia del oficial Giovanni Drogo, destinado a una fortaleza fronteriza sobre la que pende una amenaza aplazada e inconcreta, pero obsesivamente presente, se halla cargada de resonancias que la conectan con algunos de los más hondos problemas de la existencia, como la seguridad como valor contrapuesto a la libertad, la progresiva resignación ante el estrechamiento de las posibilidades vitales de realización, o la frustración de las expectativas de hechos excepcionales que cambien el sentido de la existencia.
Presenta el autor italiano en esta novela publicada el año 1940 cuestiones trascendentales en la vida del ser humano: el inexorable paso del tiempo, la soledad, el envejecimiento, la impotencia del ser humano ante el mundo que se antoja ahora (la fecha de escritura es 1939) incomprensible, las ilusiones vanas y pocas veces realizadas, la insensata búsqueda de un sentido trascendente y épico a la existencia sacrificando en su difícil consecución aspectos más normales de la vida como el amor a una mujer, los hijos, la vida familiar...
La acción se sitúa en un tiempo inconcreto, en un país también inconcreto. Hay serias expectativas de que la guerra estalle y da la sensación de que nadie puede hacer nada por evitarla; por eso el teniente Drogo es destinado a una fortaleza situada en una zona avanzada para controlar los posibles movimientos del enemigo cuando estos se produzcan. La ilusión entre los militares allí desplazados es máxima, si se desata el conflicto estos hombres podrán demostrar su valor y comportarse con heroísmo. Por eso se vigila con afán cualquier acción de los enemigos por mínima o de poco valor que esta sea. Pero así, en medio de la rutina impuesta por la vida militar pasan los días, los meses, los años («Cuatro meses habían bastado para enviscarlo en el monótono ritmo del servicio»). El teniente Drogo llegó a la Fortaleza con el decidido propósito de a los cuatro meses pedir una baja médica y volver a la ciudad donde la vida es más agradable y donde posiblemente le aguarde María, la hermana de su amigo Francesco Vescovi; sin embargo, llegado el momento y como ya los más antiguos en la fortificación le advirtieron, va posponiendo la decisión de abandonar el destino militar.  El tiempo, el hábito, la rutina, un «presente perpetuo e interminable». Un tiempo que parece inagotable, pero que huye inexorable. Tres días o siete meses parecían haber transcurrido ayer mismo. 
 «Pero Drogo no lo sabía, no sospechaba que la partida le habría costado trabajo ni que la vida de la Fortaleza se tragara los días unos detrás de otros, todos semejantes, con velocidad vertiginosa. Ayer y anteayer eran iguales, no habría ya sabido distinguirlos; un hecho de tres días antes o de veinte acababa pareciéndole igualmente lejano. Así se desarrollaba, sin saberlo él, la huida del tiempo.»
En esta imposibilidad de marchar, de abandonar el asfixiante baluarte militar hay mucho de kafkiano. ¿Por qué, nos preguntamos, el Capitán Ortiz, con quien se encuentra Drogo en las primeras páginas camino de la Fortaleza no ha abandonado el bastión? E igual que Ortiz, Prosdocimo, el sastre del Regimiento, o el sargento Trunk o el mismísimo Coronel. Todos ellos  creen que van a irse pronto de esta Fortaleza, pero en la espera del ataque del enemigo se les van pasando los años. Todas sus expectativas inmediatas, hasta que lleguen acontecimientos espectaculares, las reducen al cumplimiento a rajatabla del Reglamento. Esta es la razón de su existencia. Tan es así que incluso un compañero de nombre Lazzari morirá a manos de su amigo Martelli, el Moreno, simplemente porque en el ejército prima la condición de soldado sobre la de persona y si Lazzari desconoce o ha olvidado la contraseña, las ordenanzas dicen que hay que disparar contra él. Y Martelli así lo hace.
La historia de Drogo y la Fortaleza donde este teniente sirve la cuenta un narrador en tercera persona, que es objetivo y que va relatando aquello que va viendo, sabiendo, comprobando: «Un oficial -de espaldas no se puede ver quién es, pero podría ser Giovanni Drogo- camina aburrido, en la mañana de primavera, por los vastos lavaderos de la tropa, desiertos a esas horas.»
Esta primavera y los cuatro años transcurridos desde que Drogo llegara a la Fortaleza le deciden a por fin abandonar el destino y volver a la ciudad donde irá a ver al General para que le cambie de destino. La vuelta a la vida civil anterior le va a desilusionar: ya no encuentra en María la gracia y jovialidad de cuatro años atrás; un enorme desencanto se apropia de él cuando llega a la casa familiar; pero lo más fuerte es que el propio General del que depende su futuro le comunica la imposibilidad de su traslado dado que todos los posibles ya han sido cubiertos por sus propios compañeros que, marrulleros, se la han jugado escondiéndole los cambios que iba a haber en la Fortaleza. Drogo aprende en carne propia el  sentido real del tan elogiado compañerismo militar: cada uno se ha movido por su propio interés
«Drogo comprendió que había hecho el papel de un imbécil, comprendió que sus compañeros se la habían jugado, que el general debía de tener una impresión muy mediocre de él y que no había ya nada que hacer.»
Sólo queda ya, para poder sobrellevar este cruel destino, que suceda lo que todos llevan años esperando, que llegue, por fin, la confrontación con el enemigo. Pero cualquier movimiento avistado en forma de figuras negras y luces es considerado por la autoridad militar como intrascendente. Nadie piensa que vaya a pasar nada, incluso llega una ordenanza prohibiendo el uso de catalejos propios debiendo usar los muy arcaicos del ejército, proscribiendo así mismo difundir rumores sobre movimientos del enemigo. La orden en cuestión tardó el Estado Mayor dos años en transmitirla, algo que se antoja claramente kafkiano. ¿No será que pese a hablar continuamente de heroísmo, deseo de entrar en combate y demás, los militares tienen miedo?
La verdad es que esta novela toca aspectos muy profundos y trascendentales del ser humano. Junto al ya señalado del paso inexorable del tiempo, aparece la idea existencial, tan arraigada en los años 40 y 50 del siglo pasado, de 'el hombre, un ser abocado a la muerte'. Esta espera, este temor, impide al individuo disfrutar del momento, de la vida, del presente. Ser un ser para la muerte es idea que plasmó en 1938 Jean Paul Sartre en su obra La náusea y en 1942 Albert Camus en El extranjero. Con estas dos obras es evidente que El desierto de los tártaros tiene paralelismos muy evidentes. Las tres obras ahondan en la idea del existencialismo que en 1927 plasmara Martin Heidegger en su obra Ser y tiempo.
La novela tiene, junto a este evidente componente existencial y junto a la también clarísima influencia de Frank Kafka, mucho de surrealista. En ocasiones parece como que el joven Drogo o cualquiera de los compañeros que llevan en ese Puesto avanzado muchos años estuvieran inmersos en un universo onírico, en un mundo de sueños. En este sentido El desierto de los tártaros recuerda en cierta manera La montaña mágica de Thomas Mann. En ambos relatos el universo vital de Castorp y los otros enfermos de la novela de Mann es similar al de la Fortaleza donde pasan las horas, los días, las semanas, los meses y los años el regimiento en el el que sirve Drogo. Son Hans Castorp y Giovanni Drogo dos seres semejantes: los dos se debaten en las contradicciones 'muerte-vida' y 'enfermedad-salud'. En ambas novelas al final parece que la ocasión heroica -el enfrentamiento con el ejército enemigo- se presenta: en La montaña mágica en el alistamiento de Castorp en el ejército alemán para luchar contra Francia y en El desierto de los tártaros, de manera mucho más cruel, en una guerra anunciada e ignorada y esperada al mismo tiempo durante décadas. No viene al caso hablar más aquí de lo que sucede, basta con leer íntegramente esta hermosa y profunda novela de Dino Buzzati para enterarse.
Lo de novela profunda creo haberlo dejado claro a lo largo de esta reseña; en cuanto a la belleza que encierra, diré que, además de la derivada de la propia historia, ésta reposa en el lenguaje empleado, un lenguaje cargado de poeticidad
«Entre tanto el tiempo corría, su latido silencioso mide cada vez más precipitado la vida, no podemos parar ni un instante, ni siquiera para una ojeada hacia atrás. "¡Párate! ¡Párate!", quisiéramos gritar, pero comprendemos que es inútil. Todo huye, los hombres, las estaciones, las nubes; y de nada sirve agarrarse a las piedras, resistir en lo alto de un escollo; los dedos cansados se abren, los brazos se aflojan inertes, nos arrastra de nuevo el río, que parece lento, pero jamás se para.»
Si es hermosa la referencia a la huída del tiempo, no lo es menos cuando el autor se refiere a la soledad en la que en definitiva el ser humano vive 
«Drogo se dio cuenta de que los hombres por mucho que se quisieran, siempre permanecen alejados; si uno sufre, el dolor es completamente suyo, ningún otro puede tomar para sí ni una minima parte; si uno sufre, no por eso los otros sufren daño, aunque el amor sea grande, y eso provoca la soledad en la vida.»
Y también sobre cómo el hombre no percibe que la vida, el tiempo, se le escapa, huye
«Así Drogo sube una vez más el valle de la Fortaleza y tiene quince años menos de vida. Por desgracia, no se siente cambiado en gran cosa, el tiempo ha huido tan velozmente que el ánimo no ha conseguido envejecer.»

La novela se cierra circularmente. Al inicio de ella un joven teniente Drogo se encuentra, camino de la Fortaleza, con el Capitán Ortiz que le cuenta un poco la vida en el Regimiento y le aconseja pedir un cambio de destino en cuanto pueda no vaya a ser que le suceda lo que a él. Y en uno de los capítulos finales el ya Capitán Drogo en uno de sus viajes a la Fortaleza desde el pueblo donde ha pasado unos días de permiso topa con un jovencísimo teniente Moro que, muy ilusionado, va camino del Regimiento donde ha sido destinado. Han pasado veinte años. 

Para finalizarNovela existencialHe disfrutado mucho leyendo a Dino Buzzati (Belluno, 1906 - Milán, 1972), un periodista del Corriere della sera que pese al enorme nivel literario de sus novelas y relatos nunca se consideró escritor sino siempre un periodista que a veces escribía ficciones. Sin embargo El desierto de los tártaros es una novela impresionante que ya sólo por sí sola encumbra al autor y lo sitúa entre lo mejor del siglo pasado. Un clásico con todas las letras, un autor imprescindible de la literatura universal. 
Considero muy recomendable la lectura de esta novela. Ahora bien, aviso para navegantes: Abstenerse lectores que busquen enganches rápidos, giros inesperados, y que desdeñen la buena literatura expresada en hermosas descripciones físicas y de carácter. 
Para aquellos que se resistan a la buena literatura, pero deseen conocer los intríngulis de la historia de  El desierto de los tártaros, les diré que existe versión fílmica de la novela realizada el año 1976 por el director italiano Valerio Zurini. No la he visto, pero estoy casi seguro de que la novela le dará varias vueltas; pero no debe de ser mala: Filmaffinity le da un 6'5 sobre 10 de calificación.
_____________________NotaIncluyo esta novela en el Reto Nos gustan los clásicos y en el de Escritores de la A a la ZEl desierto de los tártaros. Dino Buzzati

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