La nueva fase en la geopolítica contemporánea se ve acompañada por múltiples formas de desorden, con la proliferación de Estados frágiles, la violencia estructural derivada de las crecientes desigualdades, el inicio de fuertes transformaciones derivadas del cambio tecnológico y de su impacto en las redes económicas dirigidas por las empresas transnacionales y la importante redefinición de la división internacional del trabajo contemporánea.
El análisis de los sistemas-mundo ha hecho aportaciones, a mi juicio fundamentales, de cuyas variables teóricas principales es necesario partir. Estos elementos fundamentales de la economía-mundo según Wallerstein (1979) se pueden abordar a partir de tres variables: la existencia de un mercado mundial único que es capitalista; la existencia de un sistema de múltiples de Estados que constatan la existencia de varios Estados políticos en la economía-mundo; y un tercer elemento esencial, la aparición de procesos de explotación en la economía-mundo que “operan en pautas tripartitas” en torno a la estructura Centro/Periferia/Semiperiferia.
Tres escenarios de la geopolítica mundial
Desde la perspectiva del análisis sistema-mundo descrita se podrían hacer una aproximación a la situación geopolítica actual en tres escenarios:
Un primer escenario estaría representado por una dinámica de recomposición del centro frente a sus periferias. Dentro de este primer escenario la variable central es la profundización y expansión de las relaciones resultantes de la economía-mundo capitalista donde tratados transnacionales como el TTIP, TPP y TISA, serían el intento de una reconfiguración de economía mundial en torno a empresas transnacionales y Estados del centro con una clara vocación de contención de periferias y semiperiferias como Rusia o China.
En términos geográficos la expansión de las políticas de austeridad dentro del centro europeo hacia los países meridionales del continente, la articulación del sudeste asiático en torno al TPP o el afianzamiento del “atlantismo” en el Este europeo o en América Latina en torno a la Alianza del Pacífico, representan sus principales manifestaciones.
Un segundo escenario tendría como protagonista a los países de la semiperiferia defensores de un programa “desarrollista”. En este segundo escenario la variable principal serían los Estados territoriales, que en palabras de Agnew (2005), aparecen como “estructuras de oportunidad para los grupos sociales que reaccionan ante la expansión de la globalización económica”, resucitando la concepción de “desarrollo” y de fortalecimiento de su economía territorial en la búsqueda de una mejor inserción en la división internacional del trabajo, división del trabajo que no se cuestiona, pero que a través de su papel de potencias energéticas o de sus potenciales mercados internos, intentan mejorar su posición y abandonar su inserción periférica dentro de la economía-mundo.
Junto a proyectos, que con sus grandes diferencias representan China o Rusia, estaríamos frente a los gobiernos hasta ahora dominantes, y actualmente en crisis, de la izquierda y de los gobiernos progresistas en América Latina, en especial Brasil bajo los gobiernos del PT, y la articulación continental que el gran país suramericano posibilitaba, o la articulación regional en torno a Suráfrica en el caso de África.
El tercer y último escenario tendría en algunos países de la periferia su referencia. Se estaría ante los programas de los gobiernos de izquierda adscritos a experiencias como el ALBA y los proyectos del Socialismo del Siglo XXI, experiencias en cierta medida inspiradas en la tesis de la desconexión defendida por autores como Amin (1988) y que cuenta como variable central la impugnación, aunque sea política, de la estructura centro/periferia.
Estos proyectos en general han intentado modificar su estructura económica dependiente y redefinir su inserción externa a través del avance de políticas de industrialización y diversificación productiva por medio de la nacionalización de los sectores estratégicos de la economía, normalmente vinculados a los recursos energéticos; la introducción de regulaciones a los movimientos de capital, recuperando así la soberanía económica; y proceder a una redistribución del ingreso, de manera fundamentalmente indirecta, a través de las políticas estatales que reduzcan los niveles de pobreza y desigualdad. Sin embargo, el Estado ha podido llevar a cabo dicho proceso redistribuidor gracias a un elemento exógeno, la coyuntura favorable en los precios de las mercancías exportadas, principalmente energéticas, realidad que ha tocado fin y que explica en gran parte el declive de dichos procesos.
El (des)orden y sus conflictos
La continuidad de la economía-mundo se debe, en parte, a que las clases dirigentes han logrado mantener lo que Wallerstein denomina “pautas tripartitas” en aquellos campos de conflicto abiertos por el proceso de expansión de capitalismo global. En este sentido, y desde el punto de vista de la geografía, el ejemplo más interesante es el concepto de semiperiferia, que en la concepción del análisis sistema-mundo, está llamada a “absorber” y amortiguar el conflicto central que se da entre centro/periferia.
Ese valor político que para la economía-mundo tiene la semiperiferia permite entender que sea en estas zonas donde se concentren las tensiones centrales del sistema-mundo, tensiones abiertas entre el proceso de avance del capitalismo y su régimen de acceso a los mercados y la oposición que suscita, bien sea a través de la resurrección del Estado regulador o la generalización de la “guerra asimétrica” bajo la idea de creación de un “espacio-propio” de la civilización islámica. La crisis de Estados como el de México, Turquía, Brasil o Paquistán son muestra de la proliferación de lo que se conoce como “estados fallidos” en la semiperiferia del sistema.
El aparente final de las estrategias desarrollistas en países como Brasil o Venezuela viene de la mano de la recuperación de la iniciativa política de las élites urbanas proglobalizadoras, las cuales posibilitan el ascenso de iniciativas como la Alianza del Pacífico y la crisis de proyectos como el ALBA y el retroceso del proyecto bolivariano, o de UNASUR, en el caso brasileño.
La aparente inviabilidad de una semiperiferia “fuerte” en zonas importantes de la economía-mundo, junto a la inserción por la fuerza de los países árabes como meros apéndices en la economía-mundo salida de la crisis, marca la descomposición política de dichos países y aparente asunción por importantes sectores del mundo islámico de la lógica del “choque” cultural y de la consideración de la superioridad del Islam tal y como representa el Daesh.
Por último, las consecuencias de la crisis y de la reconfiguración de la geopolítica global marca el surgimiento de las tensiones en los países del centro, en especial en Europa occidental. Las transformaciones tecnológicas y en la división del trabajo surgida del capitalismo poscrisis estrechan el centro dentro de la UE y profundizan las diferencias con la Europa meridional, proceso de periferización que está en la base de la crisis francesa, verdadero corazón de la crisis europea actual, y la reacción de sectores de la clases dominantes que encuentran una base de “masas” en un discurso desglobalizador, triunfante en Inglaterra a través del Brexit, y que tiene en la figura de Donald Trump un posible ganador en EE.UU.
Pero el elemento a considerar que, en mi opinión, trae la crisis y las políticas de ajuste capitalista en los países del centro es la profundización de la “periferia interna”, periferia abierta en las grandes ciudades globales y barrios obreros de EE.UU. y de Europa occidental, que delimitan las zonas protagonistas del conflicto social próximo.
Para terminar, y en el marco de las alternativas, solo indicar que los escenarios expuestos conducen a la necesidad de mantener un debate en profundidad acerca de la experiencia de los gobiernos de la izquierda latinoamericana y de Syriza en Grecia y los límites de la reinstauración del Estado como actor y objetivo principal del cambio. Tema que será objeto de futuras reflexiones.