Esta mañana me he despertado con un leve dolor de espalda y de cuello, ese dolor de él que no duerme en su cama. Una luz parpadeante de un reloj despertador frente a mi iluminaba un poco la habitación. El reloj marcaba las 0:00 pues se había ido la luz y había vuelto desprogramado. Tenía que ser de día, por los agujeros de la persiana entraban débiles haces de luz.
-Llego tarde al trabajo- Me he levantando un tanto desorientado aquella no era mi habitación. De repente me he acordado de que la noche anterior había estado contándole un cuento a mi hija para dormir y me habría quedado dormido en su habitación. Antes de salir me acerqué a ella para ver como estaba. Justo como esperaba, cruzada totalmente en los pies de la cama y sin tapar. La coloqué bien y la observé como aquel padre que se va a trabajar temprano y ve poco a sus hijos. Ante mí una de las caras más bonitas del mundo, con su pelo rizado de color oro. Notaba como algo dentro de mí crecía tanto que no cabía en la habitación. Salí de ella dispuesto a ducharme cuando los sollozos de otra habitación salían. Era mi hijo, me metí en su habitación a verlo, estaba despierto, solo me lanzó una sonrisa para que me quedará enamorado de él. No podía estar más orgulloso y satisfecho en ese momento. De repente me acordé de que ya no tenía que ir al trabajo. Me había quedado en el paro. O tal vez no, tal vez iba a empezar a disfrutar de la mejor profesión del mundo... Ser padre.