El día que despiertas marca un antes y un después.
Sara lo sabe. Durante tres años estuvo alimentándose con un tomate al día.
Compartíamos clases de aeróbic, cada vez que la veía en el gimnasio no podía entender como su cada vez más esquelético cuerpo aguantaba ese ritmo, de dónde sacaba las fuerzas, supongo que cada cuerpo es un mundo.
Sara, una chica muy guapa, perdía kilos a la par que belleza:su rubia cabellera perdía brillo, su hasta entonces perfecta piel cada día era más traslucida, sus uñas estaban despareciendo….ella me decía que se veía gorda, que tenía muchas caderas…no había forma de que entrara en razón.
Pasó de 56 kilos a 35. Su madre, una eterna peterpanesca obsesionada con la belleza tampoco era de mucha ayuda.
Al menos Sara había sido capaz de dejar a su novio, un esmirro que como no podía levantarla en brazos empezó a martirizarla diciéndole “gorda”. Un esmirro, que después de Sara, trato de la misma manera a su siguiente pareja:volvió a convertir a una chica guapa y jovial en un triste esqueleto andante.
Pero Sara despertó. No sabe por qué fue ese día y no otro.
El día de antes fue uno de los tantos en los que se negó a venir a una comida de amigas.
Al día siguiente, me dijo: “quiero volver a tener menstruación porque un día quiero ser madre”. Fue todo. A partir de entonces volvió a disfrutar de la vida. Hasta entonces. De eso hace 12 años.
Ese despertar por uno mismo, aquí no valen las personas-alarmas, no se sabe cuando aparecerá, pero lo hará trayendo consigo la luz hasta entonces perdida.