El teniente general Puentes Zamora rompió el protocolo de los actos de la Toma de Granada el pasado 2 de enero al encararse con un grupo de opositores a dicha celebración. El militar dijo con la arrogancia característica de su rango: “no consiento que me abucheen” en un gesto que la prensa granadina, como no podía ser de otro modo, enalteció. Este general debería saber que en su cargo –y en su sueldo– va la penitencia y tendría que aprender de su jefe, el Rey, o del presidente Zapatero, que aguantaron estoicamente los silbidos de miles de personas en la pasada final de la Copa del Rey de fútbol o en el desfile de las Fuerzas Armadas del 12 de octubre. El abucheo es un acto simbólico, como lo es también la ofrenda floral que ofreció el militar, junto al arzobispo y las autoridades políticas locales –en un auténtico revival con olor a la más rancia naftalina– al sepulcro de los Reyes Católicos. Los primeros protestan contra una celebración que consideran excluyente y ofensiva; los segundos honran la memoria de los principales artífices de la mayor limpieza étnico-religiosa que se ha dado en la historia española. El teniente general no consiente que se llame “fascista” al Ejército, pero nada dice de los vítores que recibe de los grupos fascistas y neonazis que con megáfonos y banderas preconstitucionales y falangistas, defienden el ritual que exalta la unidad religiosa y política de España como un hecho sagrado e incuestionable. El militar no puede pretender, por mucha experiencia defendiendo musulmanes en Bosnia que tenga, que nos identifiquemos con una institución que, año tras año, toma el espacio público granadino para festejar la victoria de los que hicieron de la intolerancia su bandera. ¿Qué diferencias hay entre esta celebración del 2 de Enero y la anterior franquista del 18 de Julio? En ambas, Iglesia, Ejército y Autoridad civil celebran la victoria a costa de la humillación de los vencidos. La propia existencia de una fiesta y un ritual tan extemporáneo como reaccionario ofende más a la convivencia democrática que unos cuantos silbidos.
Escrito por: Ángel del Río Sánchez (La negrítas son mías)
Granada