Revista Opinión

El despotismo de las encuestas

Publicado el 30 julio 2010 por Jorge Gómez A.

La democracia –aquel régimen donde el diálogo entre ciudadanos es la forma de hacer política- ha cedido ante las encuestas, perpetuando con ello la imposición de la opinión de forma unilateral, y sobre todo, la estructura de dominación del voto.

Una ironía constante en las opiniones del común de las personas y de los políticos, es el decir que la “opinión pública” está en lo correcto o incorrecto, o decidió bien o mal, según qué opinan o a quien eligen. O que hay que “escuchar la voz del pueblo” siempre y cuando ésta se estime favorable.

Por otro lado, los medios, políticos, y otros tantos otros analistas, siempre que comentan las encuestas, nos hablan de “la opinión pública” o “la voz del pueblo” como un todo tajante y concluyente, aún cuando lo cierto es que eso no existe en la realidad.

Bajo esa lógica se producen ciertas ironías en cuanto a lo que llamamos opinión pública o la voz del pueblo, donde tenemos sujetos que por un lado –y según sea el caso- dicen: “la gente es tonta elige mal o no sabe” y en otros dicen “hay que escucharlos”.

En el ámbito político esta paradoja se hace más notoria con mayor frecuencia y de manera dual.

Por un lado, y puesto que los políticos, al no tener idea de lo que piensan las personas a nivel local y particular –porque no dialogan con éstas al estar en sus olimpos personales- sólo se tienden a guiar por lo que las encuestas y estadísticas les dicen acerca de lo que supuestamente opina la gente. Es decir, construyen en sus mentes un ideal de ciudadano –llamado opinión pública o voz del pueblo- al cual acomodan y aprecian según sus propias expectativas personales. Por eso, a veces lo odian apelando al elitismo, o lo aman apelando al populismo.

Por otro lado, las personas comunes y corrientes tienden a aceptar la imposición de la opinión -y subyugar las propias- sin ninguna clase de debate intermedio porque el medio –convertido en líder de opinión- a través de la estadística indica que es lo que la mayoría piensa.

Claramente, en todo lo anterior, la lógica del diálogo –que es la clave de la política y del ágora- se suprime por la de la asimilación. La gente tiende a asimilar una opción sin contraponer opinión alguna. Los políticos – del lado que sea, porque todos juegan a lo mismo- entonces tienen la herramienta perfecta para elevarse a los cielos y ejercer su dominio, por lo que tienden a sentirse cada vez más omnipotentes y como únicos merecedores de su posición y cargo.

Así, el ciudadano se ve reducido a una esponja que absorbe opciones políticas a través de la TV, que luego se traducen en un voto cada cierto tiempo. La política y la democracia entonces entran en estado de coma permanente.

En todo esto hay una distorsión monstruosa, en la mente del político, que olvida que el conjunto de ciudadanos son individuos y no una masa amorfa inconsciente; y en los propios ciudadanos que comienzan a asumir una posición de sumisión extrema que fortalece el elitismo y el dogma.

Así surge la nueva religión política, el despotismo de las encuestas.


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