Revista Opinión
Este es el siglo de China, oimos decir insistentemente. El gigante asiático ha despertado y su voracidad parece no tener límites. Sin una opinión pública libre, sin oposición política y con un apetito capitalista desaforado, los tentáculos económicos chinos se mueven por todo el mundo firmando negocios sin tener en cuenta principio ético alguno. Es el sueño hecho realidad para muchas empresas: un mercado de mil millones de personas ansiosas de consumir y mejorar su nivel de vida, que trabajan por sueldos irrisorios.
El mejor ejemplo de todo esto es Foxconn, una empresa que pronto va a sobrepasar la barrera del millón de trabajadores en nómina, famosa por el alto número de suicidios entre sus empleados, que trabajan a destajo para que en occidente podamos disfrutar de las ventajas de la novedosa tableta de Apple, cobrando algo más de cien euros al mes. Es lógico que los chinos aspiren a mejorar, que sean ambiciosos. La pena es que tengan que hacerlo en condiciones laborales propias de las novelas de Charles Dickens. Lo malo es que esta imbatible competencia nos acaba afectando. Algún día, los trabajadores chinos organizarán sindicatos independientes y reclamarán mejoras laborales. Mientras tanto, es a los trabajadores occidentales a los que se obliga a flexibilizar sus condiciones de trabajo en nombre de la competitividad.
¿Es el sistema político chino el sistema del futuro? Las democracias caen cada vez en un mayor desprestigio, roidas por las luchas internas entre partidos políticos, que deben planificar sus políticas, no pensando en una estrategia como país a largo plazo, sino intentando contentar lo más inmediatamente posible a los votantes, a través de la promoción de líderes populistas. Esto da pie a políticas erradas que dan lugar a enormes déficits, que al final deben pagar los trabajadores. En estas estamos, mientras las llamadas "economías emergentes" (muchas de ellas de países democráticos) se llevan el gato al agua.
Las mismos gobiernos democratas son aplaudidos cuando imponen (cada vez con más frecuencia) soluciones duras a los conflictos. En España lo hemos visto con el tema de los controladores aéreos. Aunque en esta ocasión la solución haya sido acertada, por ser prácticamente la única posible, el gobierno debería evitar la tentación de gobernar a partir de ahora a golpe de decreto. En la última reunión del Ecofín, la ministra Salgado ha sido felicitada por sus colegas, que se han mostrado impresionados por las medidas económicas impuestas en España para superar la crisis. Todas son medidas impuestas desde el ejecutivo con escaso consenso social.
¿Son más efectivas las dictaduras que las democracias? A principios de los años noventa la respuesta a esta cuestión no admitía dudas. La caída del muro de Berlín hizo que la democracia se prestigiara de una manera inédita hasta entonces. Hoy día ese entusiasmo está en franco decrecimiento. El prestigio de la política se encuentra en sus niveles más bajos y los ciudadanos los aprecian más como causantes que como solución a sus problemas cotidianos. La continua campaña electoral transmite mensajes vacíos y reiterativos que solo calan en los ya convencidos. La abstención en las próximas elecciones será un buen barómetro para medir el auténtico descontento social. Además, en las revelaciones de Wikileaks se prueba el doble rasero que siempre habiamos sospechado que existe en las relaciones internacionales de Estados Unidos.
En el caso español, el principal problema está en la educación, un factor imprescindible para el progreso que se ha ido deteriorando con el paso de los años, por lo que una buena parte de las ciudadanos son altamente manipulables y no les interesa demasiado informarse de lo que sucede a su alrededor, algo que siempre han buscado las dictaduras para perpetuarse en el poder. ¿Quiere esto decir que exista el peligro de volver a la dictadura? Ni mucho menos, pero sí que la democracia vaya perdiendo sentido paulatinamente, al ir restando cada vez más derechos al ciudadano de a pie y que este cada día se muestre más distante con la política, como si de una fatalidad inevitable se tratara.
En cualquier caso, nunca se sabe como evolucionarán los acontecimientos. Aunque no es probable, no sería inverosímil que en los próximos años se fraguara una revolución democrática en una China que hoy por hoy se dedica a vetar a su Premio Nobel de la Paz. La prosperidad económica acaba siempre llevando aparejada ansias de libertad a sus beneficiarios. Además, la economía es una ciencia tan impredecible que es capaz de hacer ganadores a los perdedores de hoy y viceversa. Lo importante es que, ya que estamos perdiendo nuestro bienestar económico, no acabemos perdiendo también nuestras libertades. Ese sí que sería un camino sin vuelta atrás.