Revista Opinión

El desquiciado bicentenario

Publicado el 06 octubre 2009 por Jorge Gómez A.
La celebración del Bicentenario el próximo año, ha sido levantada por las elites, como punto culminante del devenir patrio y sus bases fundacionales. Sin embargo, es más bien un acto patológico de negación, que cubre bajo esa sensación de irrefrenable festejo, la realidad cruda de una chilenidad actual atrofiada, enferma y fracturada, producto de la desviación de sus propias elites.
El Bicentenario como construcción discursiva, con la máxima fastuosidad publicitaria, emula la idea de una nación que ha dejado atrás todas las estructuras y ataduras vetustas del antiguo régimen colonial.
Sin embargo, detrás del discurso del Bicentenario se esconde la crudeza de la existencia inmediata que define la realidad de un Chile indefinido, que en el siglo XXI no es ni desarrollado ni tercermundista, sino expresión de su propia génesis como nación. Un país insustancial, fracturado en diversas dimensiones, estamental. Una promesa republicana de 200 años, no cumplida.
Así, como aquel sujeto que a pesar de los años sigue creyéndose joven, con el Bicentenario sólo se pretende ocultar para Chile, que el paso del tiempo ha sido sólo cronológico, y no institucional ni ideológico. El antiguo régimen parece no haber cambiado en el fondo, sólo en la forma. Quizás por eso Bernardo Subercaseaux dice que hay un país con déficit de espesor cultural. Por ende, un país sin una identidad clara, permeable, potencialmente indisciplinado.
Por eso para las elites –políticas, económicas, culturales, etc- el Bicentenario es tan valioso, pues se constituye como un eje rearticulador de la idea de progreso que se impuso desde la fundación patria y que prometía la “copia feliz del Edén”…desde arriba.
En otras palabras, celebrar 200 años -de la patria, nación, Chile- es un salvavidas para su dominio sin interrupción, ocultando su ineptitud histórica para cumplir con las promesas independentistas. Es una forma desesperada de retomar el principio de un camino que se desvío casi en sus primeros pasos, pero sin que nadie se dé cuenta.
En el fondo, el Bicentenario sólo sirve para reforzar a las propias elites y disciplinar al pueblo atomizado, pues al igual que la fundación, la celebración no es obra de un pueblo llamado Chile, sino que proviene del Estado, y en específico de las elites que lo han controlado por dos siglos, pues tal como decía Mario Góngora, Chile no es un pueblo que surgió de la cotidianeidad, sino que una nación, o sea, una construcción.
Por eso las elites, a través del Bicentenario, tratan de recomponer esa construcción, imponiendo una realidad social nueva desde el imaginario colectivo, donde no se percibe que el devenir de la patria ha sido –tal como decía Gaetano Mosca- la historia de las elites, y cuya desviación en cuanto a las pretensiones fundacionales se produjo casi al mismo tiempo.
Lo cierto es que Chile, debido a esa especie de amnesia fundacional de sus elites, en muchas ocasiones y espacios sigue siendo un pueblo colonial en el último rincón del mundo, cuyos principios fundacionales son el caudillismo, el patronazgo, el latifundio, el autoritarismo, el clasismo, el racismo y el paternalismo extremo.
Así, sigue siendo una seudo-república donde las elites aún desconfían profundamente de los ciudadanos. Las elites siguen desviadas. El Bicentenario sólo es una nueva posibilidad disciplinarlos con esperanzas que se cumplan en 200 años más.

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