Revista Cultura y Ocio

El destino de Francia cobra un giro inesperado

Por Ladycaroline
El destino de Francia cobra un giro inesperado
Tratado de las virtudes cardinales en el que vemos a Luisa de Saboya representando la Prudencia, alrededor de 1510, pintura sobre pergamino.
El entorno de Luisa comenzó a murmurar que la joven viuda se había entregado a los devaneos del amor. El objeto de sus atenciones era su propio chambelán. El caballero en cuestión, era demasiado alegre, demasiado galante, insinuante y flexible, para no ser considerado peligroso. Además, el experto y amable gentilhombre ya no era ningún joven soñador en la flor de la edad, se conoce que rondaba los cuarenta años. Tenía por costumbre entrar y salir a su antojo de la residencia de la condesa de Angulema, una conducta obviamente sospechosa. Pero, ¿de verdad Luisa había sucumbido a una arrolladora pasión? El Mariscal Gié, consejero de Luis de Orleans, así lo creía y convino que lo mejor sería desterrarlo.
El destino de Francia cobra un giro inesperado
Pierre de Rohan, el Mariscal Gié (1451-1513). Retrato del siglo XIX
Más muertes irrumpieron en la vida de Luisa. En 1497, fallecía su suegra y poco tiempo después su padre. A partir de entonces, gozaría de más libertad para regir el destino de su hijo Francisco. Cuando se trataba de su "César" era su devota y enérgica protectora.
Tal vez fuera por razones de luto que Luisa permaneció alejada de la corte. Durante aquellos años, Ana de Bretaña dio a luz innumeras veces, y su esposo, Carlos VIII, se dedicaba a embellecer Amboise. Felizmente, la guerra con Nápoles había llegado a su fin, resultando ser un tremendo fracaso. En 1495, conquistó Nápoles pero pronto toda Italia se unió contra el invasor francés, obligándolo a retirarse. El pequeño rey estaba triste por lo sucedido, sin embargo, se distraía decorando sus jardines de inspiración napolitana. Sus naranjos florecían. Las ramas de sus perales doblábanse cargadas de fruto. Los artesanos italianos trabajaban el cuero, fabricaban perfumes, daban vida al alabastro. Mientras vivía inmersos en sus quehaceres, su esposa, Ana de Bretaña, luchaba para darle un heredero.
El destino de Francia cobra un giro inesperado
Presentación del Manuscrito al Rey. Chronique d'Amboise (La Crónica de Amboise). Posiblemente ejecutado en el taller de Jean Perréal. Finales del siglo XV. El autor se arrodilla para presentar su trabajo a Carlos VIII, quien es acompañado por dos cortesanos, uno de ellos es un halconero. En el fondo, vislumbramos el valle del Loira, donde destaca el castillo de Amboise.

El monarcas francés estaba siempre atareado, asistía a justas y torneos, engrandecía sus posesiones, recibía embajadores
y escuchaba reclamaciones, mientras la idea de reconquistar Nápoles no desaparecía ni por un segundo de su mente. Pero un desgraciado accidente cambió bruscamente el rumbo de los acontecimientos.
Un día de verano de 1498, Carlos VIII escoltaba a su mujer, que quería ver un partido de tenis que se jugaba en el foso, y al atravesar una puerta baja para meterse en una especie de granero, en el que había una galería que daba a la parte superior, desde donde se apreciaba mejor el juego, el monarca se dio un golpe en la cabeza contra el marco. Aún tuvo las suficientes fuerzas para subir a la reina, y luego repentinamente sufrió un síncope.
El destino de Francia cobra un giro inesperadoCarlos VIII y Ana de Bretaña
Trajeron un viejo colchón y lo colocaron allí, a espera de una posible reanimación. Lo tuvieron en esas condiciones desde las dos de la tarde hasta las once de la noche, hora en la que dejó este mundo, después de haber vuelto en sí una o dos veces. No obstante, se baraja la idea que de en realidad fue envenenado. Tras hacerle la autopsia, se dijo que no había fallecido a consecuencia del golpe y se supo que había tomado una naranja poco antes del accidente. El fruto, al parecer, se lo habían enviado de Italia, de modo que circuló el rumor de que había muerto envenenado.
Luisa, con sus hijos, se encontraba en Cognac cuando ocurrió aquella desgracia. Su vida daba entonces un giro totalmente inesperado. Ana de Bretaña había tenido cuatro hijos varones y todos ellos habían muerto. Aquello era el final de la dinastía de Luis XI. El heredero sería, nada más nada menos que Luis de Orleans, a quien, a los catorce años, habían obligado a casarse con Juana de Valois, la hermana de Carlos VIII.
A diferencia de la atractiva Ana de Beaujeu, se dice que esta hija de Luis XI tenía el alma de una santa y el cuerpo de un monstruo. Cuentan que se le diagnosticó raquitismo y escoliosis, deformación de la columna vertebral y desarrollo desigual de los miembros inferiores y de la pelvis y una debilidad ósea generalizada. Cuenta la leyenda que su padre, Luis XI, la consideraba tan fea que la niña tenía que esconderse tras un biombo siempre que él entraba allí donde ella se encontraba.
El destino de Francia cobra un giro inesperado Juana de Valois (1464-1505), duquesa de Berry

Luis, el duque de Orleans, veía sus esperanzas colmadas. Finalmente, había logrado ser rey de Francia, recibiendo el título de Luis XII. Su enlace sin sucesión con la princesa Juana dejaba vía libre para el heredero de Luisa de Saboya. El destino volvía a sonreír a la condesa viuda de Angulema. Francisco era ahora delfín, y Luisa podía dar gracias a Dios de que estuviera todavía bajo su cuidado.

Bibliografía:

Hackett, Francis: Francisco I, rey de Francia, Editorial Planeta de Agostini, Barcelona, 1995.

Kent, Princesa Michael: Diana de Poitiers y Catalina Medicis, rivales por el amor de un rey del Renacimiento, La Esfera de los Libros, Madrid, 2005.
http://alaintruong.canalblog.com/archives/arts_anciens/p30-0.html
http://www.kimiko1.com/research-16th/TudorMen/1490/index.html

http://es.wikipedia.org/wiki/Santa_Juana_de_Valois

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