Por Pedro Junco López
Orginal: La furia de los vientos
He sido un perro afortunado. Cuando mataban la vaca, siempre disfruté las mejores postas mientras los canes de otras manadas alcanzaban solo las tripas y los huesos. Hasta llegué a pensar que el destino de los perros es comer huesos y tripas. Pero escuchaba por las noches el aullido sordo de cachorros con hambre y me solidaricé con ellos.
Descubrí que los perros hambrientos, aunque enclenques y desaliñados son proclives a la violencia siempre que alguien los azuce. Y me dio por organizarlos. Los convencí de que juntos podríamos vencer a esa bandada de cachorros engreídos que engullían las mejores postas cuando se mataba la vaca. Les expliqué que el destino de los perros no es vivir eternamente comiendo huesos, tripas y retazos de cebo. Creo que la dialéctica explica mejor que yo este asunto del cambio de conciencia.
El caso es que los organicé y los eché a la pelea. Fue una lucha feroz; literalmente, una pelea de perros. Mis indigentes seguidores salían muy mal parados de la lidia contra canes muy bien alimentados. Pero éramos el doble, el triple, el cuádruplo, y al final ganamos la batalla. Muchos terminaron rencos; pero tuve la audacia de enseñarlos a morder en la garganta, como hacen los leones y los tigres, que matan al momento. Y esa táctica nos regaló la victoria: un perro herido, chamuscado, tullido, si es bravo de verdad, puede seguir luchando. Perro muerto, es baja definitiva.
Ahora la jauría me obedece ciegamente. Cierto es que todavía comen huesos, tripas y retazos de cebo, porque cuando matamos la vaca debo canjear sus carnes para adquirir collares de defensa, vacunas contra la rabia y muchas cosas más que necesita cualquier manada prestigiosa como la nuestra. Es cierto también que a veces algún cachorro malagradecido aúlla por las noches y se queja de comer huesos y tripas solamente; pero lo descubrimos, lo enjaulamos y le rapamos la cola. Algunos que no se atreven a aullar, nos apoyan o escapan del gremio.
La dialéctica me ha permitido cambiar nuevamente de conceptos. Y ahora estoy convencido, definitivamente, que el destino de los perros SÍ es comer huesos y tripas. Claro, cuando matamos la vaca y entregamos sus carnes a los comerciantes de collares, yo me guardo los filetes y el sobre-lomo. Pero la jauría no lo sabe.