Revista Sociedad

El desván de María

Publicado el 12 agosto 2013 por Abel Ros

Detrás del lienzo se apilaban libros desgastados pertenecientes a una vieja colección de clásicos del pensamiento


El desván de María
l desván se había convertido en el refugio de María. Todas las noches, cuando sus hijos y Luis dormían, sus pinceles cobraban vida al trasluz de las bombillas. Allí – en aquella pequeña guarida – envuelta entre ocres, olores y paletas, la mujer del notario esculpía con trazos amarillos las ráfagas de sus delirios. Detrás del lienzo se apilaban libros desgastados pertenecientes a una vieja colección de clásicos del pensamiento. Entre ellos se hallaban: las "Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos" escritas por Saint Simon; las trompetas de Burón de Charles Fourier; ideología y utopía de Karl Mannheim. A María le gustaba llevar en danza – como ella solía decir – varias obras a la vez. Antes de doctorarse en Bellas Artes pasó de oyente por las aulas de filosofía. Se colaba -cito sus palabras – por la puerta de atrás para asistir de "incógnita" a las clases de Lledó. Se definía así misma como "una rara entre los cuerdos" o, como una vez la dijo a su marido: "soy la pieza que no encaja en este mundo deformado por los martillos de la razón". Era María, singular hasta decir basta e inteligente como ninguna. 

"Soy la pieza que no encaja en este mundo deformado por los martillos de la razón"

La mujer de Luis devoraba ensayos y leía todo lo que caía entre sus manos. Daba igual que fuera un periódico de ayer, una novela de Dragó o la publicidad del Carrefour. Todo, en el amplio sentido del término, tenía cabida en los ojos de María. En la lectura de los clásicos -decía- se hallan los medicamentos caducados para curar las quemaduras de los tropiezos presentes. Si pusiéramos la oreja, más a menudo, en la mirilla de la historia saldríamos fortalecidos como salía Popeye cuando comía sus espinacas. Con este tono sutil y satírico, María, articulaba sus discursos con sus amigas, las "urracas". Le gustaba mirarse al espejo porque, según ella, nunca nos damos cuenta que envejecemos delante del testigo. Odiaba, y en ello era muy tozuda, ver los cambios de su figura a través de fotografías.

Decía que el paisaje de nuestro rostro erosionaba igual que las montañas a su paso por el medio. Somos como los árboles, las rocas y los perros. Somos un ser vivo más que utiliza sus sentidos para sobrevivir en una selva de predadores y competidores.

Aquella noche de agosto, María encontró en las utopías de Charles y Saint una manera de evadirse de Rajoy. Una forma de construir en los prados de su interior un mundo acorde con su razón. Al igual que Simon, ella detestaba a los curas y todo lo que llevase sotana. La clase parasitaria – término acuñado por el filósofo francés para dirigirse al clero – debería desaparecer de la postmodernidad y dar paso a los artistas. Construir una nueva religión con las cenizas del catolicismo se convertía para María en el primer eslabón de la cadena. El arte debería -decía – apoderarse de lo divino para desplazar a los curas de sus moldes ideológicos. Un mundo liderado por artistas en lugar de religiones serviría para que en el universo de los desvanes aflorasen, en forma de edificios, pinturas y esculturas los pensamientos momentáneos. 

La democracia analógica – término inventado por María – debería subirse al carro de las nuevas tecnologías. Es necesario – decía, mientras felicitaba a su hija por el facebook – aprovechar las corrientes que nos brindan las redes sociales. Corrientes imprescindibles para crear democracias digitales basadas en la horizontalidad. Horizontalidad entre electores y elegidos para construir una sociología del entendimiento. Un entendimiento basado en el diálogo digital como instrumento de crítica y reconocimiento entre las capas de la nobleza y las manos del plebeyo. A través de este diálogo entre "los de arriba" y "los de abajo" conseguiríamos que el cierre social auspiciado por la derecha no se convirtiera en un reducto más del sueño americano. El voto digital debería ser una llamada de socorro para avivar la llama apagada de la participación. Mientras la derecha tiene todos sus peones levantados - decía esta sabia señora - la izquierda necesita un nuevo modelo de motivación para que el espejo de palacio se reflejen las imperfecciones de la calle. Mientras la pensadora pintaba, en el desván se oía el crepitar de la madera a altas horas de la madrugada. El piano de Liszt se mezclaba con el aroma a café que desprendían las nubes blancas de María. La escarcha de la ventana impedía ver lo que se cocía detrás de la farola.

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