Uno de los temas que llevo peor desde casi que nacieron los padawanes es la comida. Una obsesión de padre que poco a poco he ido puliendo, y como con tantas otras cosas, es la Maestra-Jedi la que me va enseñando. A la hora de comer empezaba un frustrante tira y afloja, "una cucharada más", "la última"... Con el paso de los meses y los años –qué raro me suena hablar de años ya en el blog– nuestra maestra me ha ido convenciendo de mi error: convertir el hecho de comer en una imposición, una lucha y un trauma.
Lo único que conseguía eran berrinches, cabreos y que le cogieran manía a ciertos alimentos. Ahora intento no obligarles a comer. Insistimos en que es bueno y queremos que coman, pero si lo hacen o dejan el plato lleno, no pasa nada. Ya cada uno tiene sus gustos. Luke, el queso de cualquier tipo y los huevos; la fruta no quiere ni tocarla. A Leia le gusta probar más sabores, pero si hay fresas, mejor apartarse.
Cada mañana preparo sus meriendas para el cole, y los viernes toca fruta. Y les pongo fruta. Aunque mes tras mes la pieza de Luke viene de vuelta sin tocar. Ni le insistíamos. Simplemente es viernes, y Luke lleva fruta. Y no pasaba nada si no se la comía.Y un viernes, al recogerlo en la puerta de su clase, su Seño me detiene un momento para contarme: –"
Y no puedo dejar de pensar que soy yo el que sigue aprendiendo. Que no pasa nada por ciertas cosas. Que tengo la mejor maestra del mundo. Y que Luke se ha comido el plátano de su merienda del cole, casi cada viernes.
¡Que la Fuerza os acompañe!
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