La Selva de Oza, en el pirineo aragonés, es uno de esos lugares especiales donde se desarrolló parte de mi infancia. Otro año más, en la época estival, vuelvo a desandar los pasos de mis recuerdos en un espacio natural que afortunadamente se congeló para al disfrute de todos.
Reconozco la carretera con el temible paso del infierno, el río de la montaña que sigue discurriendo entre pozas de aguas frías y cristalinas; las marmotas tomando el sol aprovechando el final del verano o el vuelo del quebrantahuesos, señor indiscutible de los cielos del Pirineo, que recorre las cumbres recortadas con su bella y esbelta silueta.
Y que mejor lugar para encontrase con aquellos amigos con los que compartí momentos importantes de la vida; ya tres generaciones que año tras año nos reunimos para disfrutar de la amistad. Una amistad inquebrantable que bebe de la serenidad del inexorable paso del tiempo.