No recuerdo si era el año 2000, pero le rondaría. Acabábamos de pasar una catástrofe mundial donde los ordenadores doblegarían a las personas y nos sentíamos los reyes del mundo, capaces de doblegar cualquier civilización gracias a nuestro entrenamiento de Counter Strike y Metal Gear Solid.
El rumor se había extendido por el instituto y solo el hecho de poder ver una película en un ordenador, sin necesidad de un DVD-ROM nos reventaba la cabeza, aquello era el futuro, algo que nos acercaba de una manera real al año 2000 y nos ponía a la cabeza de la modernidad. Poder disfrutar de la misma película una y otra vez, cuando quisiéramos, nos parecía un logro absoluto: ¿la vacuna de una enfermedad mortal? ¡No, gracias! ¿Ver la misma película con una calidad por descubrir? ¡¿Dónde hay que firmar?!
La primera película de Matrix nos alcanzó con la guardia baja; en un mundo donde todavía empezábamos a tontear con ir a la matinal de los domingos – la única sesión libre de delincuencia juvenil – aquella mezcla de kung fu, pistolas, cuero sintético y Keanu Reeves nos parecía demasiado para unos peleles como nosotros.
El plan era sencillo, sin fisuras y a coste cero, prácticamente. La piratería, aunque siempre estuvo ahí, cada día se hacía más fuerte y si lograbas tener una grabadora de CD’s, podrías convertirte en un pequeño emprendedor y ser el próximo Pablo Escobar. Pero el mercado comenzó a cambiar, y tras el éxito de los juegos piratas de la Play y los discos de música, era el turno del cine. Solo había que entregar un CD virgen, te hacían una copia y ya podías disfrutar delante de un ordenador de 14 pulgadas una película que te abriría la mente y sería el único contacto posible con la filosofía, Platón y todos los presocráticos.
Mucho antes de que llegase la recarga y la revolución, Matrix fue el arma arrojadiza que nuestro profesor de filosofía para intentar buscar la motivación necesaria con el objetivo de seguir dando clase sin volver a caer en la depresión; pero para nosotros marcó un antes y un después: el pasillo del instituto se transformó en una guerra por salir de Matrix, las coreografías – de tres golpes, que tampoco es que aquello fuera el dojo de Karate Kid– y el intento de correr por las paredes como Neo, se había transformado en la programación habitual de los descansos de aquellas clases tan tediosas.
Han pasado unos 20 años de aquel momento donde veíamos que la distopia se hacía ficción y lo fácil que era aprender cosas sin salir de casa. Qué cosas.
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