El viernes nos fuimos de excursión por el norte de Jordania, a Um Qais y al valle del Jordán. Vimos algunas ruinas, el Mar de Galilea y pasamos por un pantano donde la gente disfrutaba de picnic (eso sí, con la música habibi a toda máquina y no es que sea muy relajada…). Ahora todo está verde. Este año ha llovido mucho más que los años anteriores y la naturaleza ha sabido aprovecharlo, así que se nos llenaron los ojos de verde y de agua, cosa que por aquí es atípica. Normalmente, están marrones arenosos.
La cuestión es que, una que es muy silvestre, se lo pasó pipa con todos los animalillos y montes que recorrió. Para empezar, decidimos bautizar la jornada como el “día del garbanzo” porque ahora que están tiernos los vendían como aperitivo, así que cada 100 metros (y a veces menos) había un puesto en la carretera con matas de este manjar. Y, por supuesto, los coches parados comprándolos. Luego, íbamos encontrando las vainas por allí por donde pasábamos. Pero bueno, por lo menos esto es “biodegradable”…
Aquellos que tienen pueblo o les gusta el campo, sabrán muy bien de lo que hablo. También vendían tomates, pepinos, lechugas, judías, frutos secos… Todo de la huerta muy sanito. Además, he de decir que, aunque sin controles alimenticios, me daba más confianza esta verdura rebosante de olor y sabor que la que compro en el supermercado (vete tú a saber ver con qué están tratados).
También estuvimos en un río con un rebaño de cabras guiadas por el pastor montado en burro y otra burrica preñada que parecía que iba a parir en cualquier momento. Lástima que no lo hiciera porque yo estaba dispuesta a echar mano donde se necesitara. Como de animales iba la cosa y por estos lares la ganadería es todavía bastante tradicional, tuvimos la oportunidad de ver otro rebaño, esta vez de ovejas.
Y es que, de repente, nos encontramos una manada con todas las ovejas ordenadas y tuvimos que parar el coche para curiosear. Al final, resultó ser que estaban atadas dispuestas de una manera especial para que la dueña de la casa las ordeñara. Una vez hecho el trabajo, cogió el cántaro de leche y se fue a casa, mientras los niños corrían delante de los animales para meterlos en el corral. Para terminar el día y colorear los ojos del todo, pasamos por el valle del Jordán, donde kilómetros de verdes huertas nos explicaron, ¡al handulila! (gracias a Dios), de dónde venían tantos garbanzos.