Revista Maternidad

El día después

Por Lamadretigre

El día despuésHoy me he levantado con una vieja conocida: una resaca como la copa de un pino. Con ella y con cuatro niñas taladrándome el cerebelo sin piedad. No compensa. Las mañanas cada vez son más tristes después de una noche alegre. Esto ya lo sabía yo pero a veces se me va la mano con el Rioja. Dicen las malas lenguas que ayer se me fue la mano con el Rioja y con el escote. Por lo visto mi sujetador de lactancia también es corporativo. A mí plin. Tendría que estar un poco más lúcida para que esto me importara algo más que un pito. Quién necesita dignidad teniendo esta resaca del infierno instalada en el hipotálamo.

Mi relación con el alcohol viene de lejos y ha sido intensa. Por decirlo suavemente. Menos mal que el blog lo cerraré cuando La Segunda empiece a leer y podré negar todo parecido razonable con esta madre tigre beoda. La madresfera está llena de devotas confesas del gintonic y parece que hoy caerán unos cuantos. Pero a mí no me engañan. Lo suyo con la ginebra es un mero escarceo. La abandonarán sin mirar atrás en cuanto se ponga de moda una bebida más trendy con la que darle salida al pepino. Lo mío es amor del bueno. Yo ya bebía ginebra cuando lo que se llevaba era el Ballantine’s y el Cacique.

Recién estrenado el siglo yo echaba las tardes de biblioteca a una distancia prudencial de la misma en el bar de los gintonics. Un antro de mala muerte con un camarero avispado. Mi amiga la de Ibiza y yo solíamos personarnos allí sobre las cuatro de la tarde con la carpeta llena de apuntes. Nos pedíamos un café y una caña porque en cinco minutos como maximo íbamos a ponernos a estudiar. A muerte.

Mientras nos bebíamos la caña el camarero, que sabía muy bien de qué pie cojeábamos, cogía una copa balón y se dedicaba a untar el borde con la piel de un limón. Ni el perro de Paulov hubiera respondido con tanta baba ante aquella provocación manifiesta. Cinco minutos después caía el primer gintonic y seis horas después nos volvíamos a casa con la carpeta sin abrir y un pedal del quince. La de agostos que le hemos hecho a ese  buen hombre no lo sabe nadie. Con razón no aprobamos jamás una asignatura en septiembre. Bueno, por eso y porque mi amiga la de Ibiza estuvo cuatro convocatorias presentándose a Fabricación habiéndose estudiado Teoría de Máquinas.

Todavía resuena en Ferraz el eco de mi carcajada cuando hojeando sus apuntes fotocopiados leo en la cabecera 3ºD cuando teóricamente la asignatura que se estaba estudiando era de cuarto. Estábamos en sexto. Soy tan vieja que en mi época las ingenierías tenían sexto. Que no se hubiera dado cuenta de que se estaba estudiando la asignatura que no era dice mucho de nuestra vocación ingenieril y nuestra devoción estudiantil. Para más inri Teoría de Máquinas la había aprobado en junio. A la primera.

Otro gran momento académico lo firmó en un examen de Eletrotecnia de tercero. Les pongo en situación, el sufrido profesor se pasea por las mesas recogiendo los exámenes. Mi amiga la de Ibiza sigue encadenando una fórmula detrás de otra como si no hubiera un mañana. Y van seis folios. El profesor le quita el folio y ella sigue escribiendo cual posesa en la hoja al vuelo como si allí mismo estuviera contenida la teoría de la relatividad y le faltara el último toque para rematarla. Sacó exactamente un cero. Con veinticinco. En nuestra universidad el cinismo cabalgaba desbocado.

Y podría seguir contándoles anécdotas de esta amiga única e irrepetible pero me está invadiendo una morriña galopante.

Otro día más. Y mejor.


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