Llega al fin el viernes tras una semana densa que lastra el ánimo. La huelga sólo funcionó como válvula de escape de las presiones que aplastan a una ciudadanía a punto de ebullición con los copagos en las medicinas, los euros por recetas, los desahucios miserables de los bancos, los despidos al amparo de una reforma laboral que castiga a los trabajadores, la eliminación de derechos, la reducción de salarios, el atropello a los indefensos, el despiece del Estado de bienestar y todos los recortes que el Gobierno arbitra contra los más débiles, a quienes se les hace pagar una crisis que enriquece a los ricos y hace más fuertes a los poderosos, sean países, instituciones o individuos.
Llega al fin el viernes en que se sueña con olvidar los atropellos y los abusos que se ceban en los insomnes y aprensivos por las zancadillas en las que tropieza una y mil veces la justicia y la igualdad. Es el día después del desahogo y el grito, de la protesta y la manifestación, de la ilusión colectiva y la demanda de un futuro que se hurta de toda esperanza para, al menos, alcanzar el viernes del día después. Hoy es ese día, al fin.