Revista África

El día en el que Kampala perdió su inocencia...

Por En Clave De África

(AE)
Si uno mira en las guías de viaje, el turista de turno no se quedará lo que se dice pasmado de ver la descripción que se hace de Kampala. Como ciudad es mas bien feucha, una urbe “desparramada” en varias colinas – como si quisiera emular a una Roma tropical venida a menos – un desorden tremendo en los valles de esas colinas por donde tiene que pasar las muchas calles y calzadas repletas de tráfico, un polígono industrial horrible que se ha quedado casi en el centro de la ciudad y no mucha armonía en lo que sería el “centro monumental.”

Sin embargo, uno de los atractivos de Kampala no es otra cosa que la seguridad. Para los que hemos vivido en otras zonas de África del Este mucho más afectadas por la inestabilidad política, la criminalidad o la violencia, Kampala – excepto en los tiempos turbulentos de los infames Idi Amin y Milton Obote - ha sido por lo general una isla de tranquilidad y sosiego, casi una balsa de aceite. Uno podía – y todavía puede – desplazarse por la gran parte del centro urbano incluso en horas nocturnas con gran tranquilidad. Sin ser perfecta, porque algún robo siempre hay, en sus niveles de seguridad no es que tuviera que envidiarle mucho a otras capitales europeas.

Los atentados con bombas perpetrados por el grupo somalí Al-Shabaab contra grupos de teleespectadores que disfrutaban de la final de los Mundiales de Futbol y que se ha saldado con casi 80 muertos ha supuesto un terrible aldabonazo para este país, poco acostumbrado a acciones tan viles y destructivas. Los suicidas que llevaron a cabo tales acciones se aprovecharon de la laxitud en las normas de seguridad para mezclarse con un gran número de personas y poder hacer todo el daño posible. Excepto en un par de sitios muy señalados, en ninguna parte – restaurante, banco o centro comercial – había controles de seguridad.

El macabro resultado de estos atentados ha supuesto un cambio radical en los hábitos de los ciudadanos, en las directrices y actitudes de los cuerpos y fuerzas de seguridad del país y también en las estrategias de los comercios, bares y centros de ocio. Ahora mismo, se cachean a todos los parroquianos en cientos de bares y restaurantes, amén de centros comerciales donde además se registran todos los autos que utilizan sus aparcamientos públicos o privados. En los periódicos se anuncian arcos detectores de metales, escáneres, herramientas de cacheo... parece que las compañías de seguridad van a hacer el agosto a costa del justificado miedo de la ciudadanía, que, impactada todavía, por el momento evita las grandes aglomeraciones.

Me parece que aquí está sucediendo un proceso parecido al que vivió Nairobi después de los atentados de Agosto de 1998, cuando la embajada de Estados Unidos sufrió un terrible ataque con un camión bomba. Desde ese día, aquella ciudad cambió y se convirtió en un poco más agobiante, menos confiada y con unas reglas de seguridad mucho más estrictas. A Kampala también le está tocando ahora salir de la inocencia y hacerse a la idea de que algunos zumbados, ante la presencia de fuerzas ugandesas en Somalia, quieren tomarse una sanguinaria revancha y amargarle la vida a la ciudadanía en la retaguardia. No han conseguido que se dé la orden de retirar las fuerzas, pero sí que han salido victoriosos a la hora de herir el orgullo de una ciudad dolida y atemorizada por eventos que hasta hace poco era impensable que pudieran ocurrir aquí. La historia, por desgracia, no se puede rebobinar... ahora este país tiene que aceptar la realidad y mirar para adelante, y sobre todo poner los medios para que los asesinos no lo tengan tan fácil como hasta ahora y no se puedan salir con la suya.


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