El día en que las gaviotas dejaron el faro no llovió, pero pudo haberlo hecho. Tampoco era de noche, pero eso fue porque el sol olvidó ponerse aquella tarde, al igual que las olas se olvidaron de dejar de avanzar y arrasaron con la costa.
El día en que las gaviotas dejaron el faro, el coronel se colgó desde lo alto de este, con una cuerda desgastada, y se dejó caer al vacío, quedando suspendido en el aire, a merced del viento. Aquel día duró el tiempo que tarda un hijo en correr hasta la cima del monte y saltar la valla de metal que rodea el faro, porque no tenía llave para llegar hasta donde había visto los pies desnudos de su padre, golpeando las paredes pintadas de azul y blanco. Aquel día duró ese tiempo exacto, porque fue entonces cuando el sol desapareció detrás de las montañas; y es que nadie quiso ver cómo las lágrimas del hijo descolgaban a su padre y lo tumbaban boca arriba, hacia un cielo sin luna ni estrellas ni nubes ni viento.
Aquel día las gaviotas dejaron sus nidos del faro volando hacia el mar, alejándose de los llantos del niño y batiendo las alas con fuerza. No volvieron al faro porque tampoco volvió nunca el niño a ser niño, porque se perdió en su interior y seguía mirando hacia fuera, donde no encontraba el camino que su padre le dijo que algún día recorrerían juntos.
Texto: Carlos Cano.