Unos minutos después llego al trabajo. Toda esta parte la voy a omitir pero aquí hay de todo,claro: días normalitos, días de no parar, días de estrés…Salgo a mediodía y voy a casa para comer en poco más de media hora, pero así al menos veo un ratito al Chiquinini. Partimos el día y no se nos hace tan largo.
Vuelta al trabajo y cuando termino por fin es hora de volver a casa. Paseo, compras, juegos, cuentos o lo que toque o apetezca ese día. Esto es lo mejor del día. Este rato es sagrado y no hago nada en la casa ni atiendo llamadas de teléfono si preveo que se puede alargar la conversación. Después llega la hora del baño y la cena del peque. Hora de dormir. Estaba cansado y hoy ha caído redondo.
Nos sentamos a cenar. Qué bien, ahora un ratito de descanso…Ah, no, perdona, aún hay que recoger la cocina, fregar los biberones porque si no lo hacemos ahora no habrá ninguno limpio para el desayuno, recoger la ropa tendida que antes no pude y si la dejamos con estas heladas estará mañana tiesa; voy a meter al Chiquinini en la sábana fantasma ahora que está dormido no vaya a ser que se caiga y …uf!…el resto de “pendientes” lo dejamos para otro día. Odio esa sensación de que siempre hay flecos y nunca se acaban las cosas por hacer.