Unos minutos después llego al trabajo. Toda esta parte la voy a omitir pero aquí hay de todo,claro: días normalitos, días de no parar, días de estrés…Salgo a mediodía y voy a casa para comer en poco más de media hora, pero así al menos veo un ratito al Chiquinini. Partimos el día y no se nos hace tan largo.
Vuelta al trabajo y cuando termino por fin es hora de volver a casa. Paseo, compras, juegos, cuentos o lo que toque o apetezca ese día. Esto es lo mejor del día. Este rato es sagrado y no hago nada en la casa ni atiendo llamadas de teléfono si preveo que se puede alargar la conversación. Después llega la hora del baño y la cena del peque. Hora de dormir. Estaba cansado y hoy ha caído redondo. Nos sentamos a cenar. Qué bien, ahora un ratito de descanso…Ah, no, perdona, aún hay que recoger la cocina, fregar los biberones porque si no lo hacemos ahora no habrá ninguno limpio para el desayuno, recoger la ropa tendida que antes no pude y si la dejamos con estas heladas estará mañana tiesa; voy a meter al Chiquinini en la sábana fantasma ahora que está dormido no vaya a ser que se caiga y …uf!…el resto de “pendientes” lo dejamos para otro día. Odio esa sensación de que siempre hay flecos y nunca se acaban las cosas por hacer.Revista Diario
Me levanto. A ver si con suerte la alondra madrugadora, es decir, el Chiquinini, no abre el ojo en cuanto me oye. Me muevo con sigilo para evitarlo. Si duerme unos minutos más podremos desayunar y demás sin estar a la vez recogiendo los juguetes que va sacando o evitando que intente coger el grifo de la ducha con riesgo de precipitarse en la bañera de cabeza mientras me lavo los dientes. Miro el reloj;no vamos mal, aprovechemos para poner una lavadora. ¿Quién le lleva hoy a la guardería, tú o yo? Si le llevas tú yo cojo el otro coche y aprovecho para lavarlo y echar gasolina. Se despierta el peque, le preparamos y cuando vamos a salir por la puerta veo que está haciendo caca. Toca cambio de pañal y ya nos está pillando el toro. Ole, a correr.