Revista Diario

El día que colgué el saco de madre

Por Desmadreando @desmadreando

Como se le coge cariño a ciertas prendas. En mi infancia, exactamente cuando tenía 11 años, me dio por ponerme diario -y cuando digo diario me refiero sin perdonar ni el día de descanso que Dios padre marco- un jersey morado. Mi madre me lo quitaba por las noches y lo lavaba a escondidas pues diario olía a “recién lavado”. Eso no importó para que mi maestra de quinto llamara un día a casa para decirle a mi madre que “tenía que colgar el jersey”. Por colgar entiéndase ahorcar, matar, deshechar pues yo estaba siendo motivo de burlas. Al día siguiente no amaneció mi jersey a lado de mi cama. Lloré. La vida siguió.

Este fin de semana colgué la prenda que más cariño le había cogido desde aquel jersey. Colgué el “saco” de madre. Ese que lleva berretes de chocolate colgando, manchas a lo “Pollock” de puré, olor a perfume de bebé combinado con el sudor de los pendientes de cada día adornado con el clásico despeinado “natural” que hemos impuesto de moda las madres de hoy en día.

Hasta ahora había hecho el amago de despojarme del saco pero siempre tenía frío y lo tenía muy a la mano. Una llamada, un whatsapp, un viejo SMS tradicional para saber si “todo iba bien”.

Este fin de semana por fin pude quitármelo sin preocupaciones, sin tentaciones y sobre todo sin culpabilidad.

No me fui “a por tabaco” como dicen en estos lados del Atlántico. Me fui por unos GT´s con las amigas. Saqué la pestaña rizada y el ojo pintado a pasear. Disfruté el dolor del dedo meñique y el adormecimiento del empeine gracias al tacón. Disfruté hasta de la lluvia que empapó la ciudad amenizando mi peinado liso perfecto con un esponjado casual al puro estilo “reina leonesa”.

No importó que mi niña decidiera no cenar y no dormir. No importó la mirada de súplica del marido de “no te vayas por favor”. Una llamada y un twit de “eres la última” bastaron. Colgué el saco y me marché.

¿Y lo mejor? No llevaba llaves. Como adolescente. A las tres de la mañana una llamada me recordó quién era, de dónde venía y como no fuese ya a casa “el lobo me comería”. Eché de menos a mi padre, pero dicen que uno se casa con la viva imagen de éste.

Ahí fui yo corriendo- aunque en un coche molón- para llegar lo más pronto a casa. Imagínese usted la escena de una mexicana-leonesa intentando decirle donde está la calle a otra madre molona que no se le da el googlemaps. Está de más decir que nunca encontramos la dirección pero eso será un secreto entre las dos. Decidí dar dos besos, enfundarme los tacones y caminar bajo la lluvia a mi destino.

Respiré libertad. Volví a ser esa mujer que muchas veces hasta me olvido de cómo se llama.

Un ángel- caído del cielo- me esperaba. No sólo Semenator si no que Critter decidió que no le había simpatizado mi huida y que ahora le tocaba jugar a ella hasta las 6 de la mañana.

Aquí no acaba la historia queridos míos. Una vez que se cuelga el saco, es difícil volver a colocárselo. Pesa. La responsabilidad, las tareas, la rutina. Así que me vi toda una “pofesional” y a pesar de que preveían lluvia dejé el saco en casa con todo y niña y me fui a la mañana siguiente.

Me fui a la Gran ciudad. A Madrid. A sus calles multicolores, a sus barrios pijos, a sus mil sabores. Volví a ser esa alma libre. Esa que compra una ciruela en el mercado para saborearse el paseo a mordidas. Esa que con su acento mexicano es una más camuflada entre argentinos, gabachos, colombianos, y demás. Y llegó la hora de la comida. Y no volví.

No miré el reloj ni mi cerebro activó la zona de avisos maternales: esos que marcan las alarmas ajenas de “ya es hora de comer”, “ya es hora de la siesta”, “ya es hora de cambiar el pañal”. Apagué las alarmas. Y me senté con dos amigas a disfrutar de la vida.

Dos madres, dos cómplices, dos magas que me regalaron vida. Entre letras, entre risas, entre vinos blancos, cervezas y coca colas hubo un sin fin de azúcar poco apto para diabéticas y para locas.

Y la velada terminó en casa de una de ellas. El reencuentro con “los hijos de todas”. Con juguetes, con Triki el monstruo comegalletas, con pelotas, con Ipads y con nuestros sacos de madre puestos después de un día liberador.

Y sabes que ya eres de provincia cuando te emocionas por ir a la ciudad. Y sabes que eres de provincia por que te arreglas demasiado para los eventos. Y sabes que eres de provincia cuando vas a echar de menos esa cercanía de estar con “amigas” de verdad.

Y sabes que te encanta ser blogger pues gracias a este hobbie has descubierto a personas sin igual.

 


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