Carmen, Pepita, Rosita, Mini y dos amigas más, cuyas identidades se ha encargado de enterrar el tiempo, seguramente iban aquel día de 1959 a disfrutar de una sesión de cine de la Gran Vía. Un paseo inofensivo que un oportuno y espontáneo 'click' se encargó de convertir en eterno y en quizás algo más, en un icono del Madrid clásico. Seis figuras femeninas avanzando con paso decidido. Media docena de vidas cuyos destinos han barruntado las mentes de generaciones y generaciones de madrileños. Ahora casi sesenta años después de que se tomase aquella sublime fotografía, y por primera vez en la historia, muchas preguntas lanzadas al aire empiezan a obtener respuesta y para mi fortuna, he sido el primero en escucharlas. Un secreto guardado con celo durante más de medio siglo. Así fue mi inolvidable encuentro con dos de las protagonistas de esta imagen de Catalá Roca. Tomemos aire. Recapitulemos.
No sé si recordáis que hace tiempo os invité a que, siempre que os topaseis con un secreto lo compartierais conmigo ya que cuantos más indaguemos en el pasado de Madrid, más historias terminaremos por sacar a la luz. Un llamamiento que iba enfocado a conocer rincones, lugares o historias. Lo admito, jamás pensé que esta colaboración ciudadana abarcase a personas. Sin embargo, cuando leí el comentario en Facebook de un lector que me aseguraba que su madre y su tía eran dos de las señoritas retratadas por Catalá Roca mi cabeza comenzó a centrifugar rápido. Muy rápido. Me faltó tiempo para escribirle y solicitarle una cita con la que imagino han soñado no pocos medios de comunicación. El 'no' ya lo tenía ganado. " Ellas nunca han querido aparecer en los medios, pero lo voy a intentar". Ésa fue su (desilusionante) respuesta inicial. No obstante, los astros, el destino, San Isidro o todos a la vez se pusieron de mi lado y mi petición, al poco tiempo, fue aceptada. Días más tarde de aquel primer contacto, nervioso y expectante, me montaba en un vagón del Metro de Madrid con dirección a Las Rosas. Como único equipaje portaba un ejemplar de mi libro 'Secretos de Madrid' y una copia impresa de la histórica fotografía, una estampa que cada poco rato seguía mirando incrédulo. Después de cada parada del metro sentía más cerca un sueño que, paradójicamente, nunca me atreví a soñar.
Una enorme terraza de ladrillo en la residencia donde una de las dos vive en la actualidad fue el escenario donde tuvo lugar nuestro encuentro. Al verlas al otro lado del cristal me emocioné aunque traté de disimularlo. Me recibieron sonrientes. Por instantes llegué a pensar que la cita les hacía a ellas tanta o más ilusión que a mí. Puede que no estuviese errado. Carmen y Pepita tienen en la actualidad 83 y 80 años respectivamente y en sus cabezas se mantienen intactos muchísimos de los recuerdos y fotogramas de aquel Madrid en blanco y negro con el que todos,de vez en cuando, fantaseamos. Apenas me había sentado en mi silla cuando les lancé al aire la primera pregunta, la que me temo muchos nos hemos planteado al ver su divino retrato: ¿Aquella toma estaba preparada? ¿Resulto fruto de la casualidad más divina? ¿De un disparo improvisado? Las dos respondieron al unísono. "No, aquella foto no se preparó de modo alguno". Es más, ninguna integrante del grupo ni siquiera reparó en la presencia de Catalá Roca que, seguramente al verlas avanzar de frente, se adelantó unos segundos en el tiempo y preparó su cámara intuyendo la inolvidable captura que se le venía encima. Su instinto callejero de fotógrafo funcionó, una vez más, a la perfección.
Digamos que el guión que llevaba previsto para el encuentro con Carmen y Pepita no avanzó de ahí. Después de aquella primera duda resuelta, la entrevista habitual de fórmula pregunta - respuesta se tornó a partir de entonces en una amable y simpática conversación en la que ellas se animaron a rescatar un montón de anécdotas y situaciones de aquel Madrid. Tantas que sus octogenarias cabezas iban mucho más rápido que mis anotaciones sobre el papel.
Por lo que me relataron, en aquel histórico paseo, en el que contaban con 18 y 20 años respectivamente, les acompañaba una prima de 13 años y su amiga Mini, con quien todavía mantienen el contacto. Las dos aseveran que seguramente, aquel día anclado en el tiempo, acudían a ver alguna película a una de las muchas salas cinematográficas que entonces alteraban la Gran Vía. Ése era uno de los pasatiempos preferidos de estas chicas criadas en el Barrio de Salamanca pero no el único. Hacían guateques en casas o acudían a pasear o a juntarse con sus amistades a la Ciudad Universitaria. Los recuerdos que compartieron conmigo fueron incluso anteriores al momento de la fotografía. Por ejemplo me contaron como aprendieron a patinar en las carreteras de las calles ya que " por allí no pasaban coches puesto que no había tráfico " o algunas travesuras de su infancia, como cuando se colaban en los huertos que antaño ocupaban los solares del hoy elegante y refinado barrio de Madrid y robaban algunos higos, antes de salir corriendo a la huida. También hubo tiempo para hablar de "Mundo" (abreviatura Segismundo) que así se llamaba su sereno, cuyo nombre voceaban sin descanso cada vez que llegaban a casa.
Carmen y Pepita no solo compartieron vivencias sino que también me dieron su impresión sobre el Madrid que les acompaña de fondo en la foto. En varias ocasiones les pregunté por cómo era aquella ciudad, su estilo de vida o qué añoraban de entonces. En todas sus respuestas apareció una misma palabra, ' tranquilidad'. Me confesaron que ese Madrid tenía mucho más de pueblo que de ciudad, que ellas pasaban las horas y hacían vida fuera de casa puesto que " todo el mundo se conocía y allí, en la calle, no había ningún peligro". Entonces las vías y plazas de la capital era un espacio seguro para las personas de cualquier edad, una bondad que ambas lamentan que desapareciera.
Tal y como se desprende en la fotografía de Catalá Roca estas hermanas avanzaron con paso firme, no sólo por la Gran Vía, también por la vida. Adelantadas a la época en la que nacieron, ambas estudiaron comercio y mientras que Carmen terminó trabajando como funcionaria, Pepita desarrolló su vida profesional en diferentes empresas, ¿La primera? Una fábrica de plásticos. Digno de mención resulta el hecho de que Carmen, ya en los años 50, acudiese a una academia a recibir clases de inglés y que, además, fuese una de las primeras mujeres que se pusieron al volante de un coche por las entonces semi desiertas carreteras de Madrid. Lo dicho, unas auténticas precursoras con una biografía, cuanto menos, original y diferente. Viéndolas en la foto, no me esperaba menos.
Fueron más de dos horas de un intenso diálogo en compañía de Javier y María, hijos de Carmen, y de dos de los nietos de ésta. Un rato inolvidable que derivaron en distintos temas de conversación pero que sobre todo sirvió para responder las cuestiones que todo aquel que se haya topado con la fotografía se habrá cuestionado alguna vez ¿Quiénes eran aquellas señoritas? ¿Dónde iban? ¿Qué fue de ellas? Ahora, después de más de medio siglo de incógnitas recibiendo sus espaldas, por fin se les puede poner, de manera merecida, nombre, rostro y voz, al menos a unas cuantas de ellas. Una respuesta, enmudecida durante tanto tiempo, que he tenido el honor de ser el primero en escuchar. Emocionado y absorto a partes iguales, como quien introduce sus pies por primera vez en el agua del mar mientras observa la inmensidad del océano, tuve la sensación de estar hablando con dos leyendas vivas de Madrid. Dos personas que representan precisamente los mejores valores de esta ciudad: sonrientes, amables y enormemente acogedoras.
Paradójicamente, una de las conclusiones más llamativas de este encuentro es la escasa relevancia que tanto Carmen como Pepita le han dado al hecho de protagonizar esta fotografía. Ellas convivieron siempre con este orgullo en bruto sin saber lo que realmente significaba. Prueba de ello es que por ejemplo la hija de Carmen no lo supo hasta hace escasos años cuando surgió el tema, de casualidad, en una reunión familiar. Ha sido ahora, en el momento en el que una famosa cadena de grandes almacenes ha utilizado esta imagen para ilustrar su 75ª aniversario, cuando las dos mujeres han caído en la cuenta de que son historia latente de Madrid.
¿Sabéis una cosa? Siempre lo intuí. Estaba convencido de que aquellas seis chicas tenían algo de especial y así lo pude certificar en persona. Adelantadas a su tiempo, su energía y singularidad aún hoy nos abruma al verlas en aquella foto. Seguramente el bueno de Catalá Roca, que de intuición andaba sobrado, se olió algo similar cuando vio llegar a su posición de cazador urbano a aquellas señoritas con paso alegre y por eso no dejo que escaparan de su curioso objetivo. Para quien adora Madrid y su pasado poder conocer a estas mujeres y charlar con ellas está bastantes peldaños por encima de la consecución del sueño más remoto, así que os podéis imaginar lo que supuso para mi esa tarde. Eran tan vivos sus relatos y el brillo de sus miradas mientras me los narraban que, escuchándolas, pude transportarme al interior de aquella fotografía y unirme a su ya legendario paseo.
En estos cuatro años explorando Madrid he tenido acceso a lugares imposibles, he tenido ante mi las mejores vistas de la Villa pero nada, absolutamente nada, es equiparable a la emoción de este encuentro. Una cita que la capital llevaba esperando con ansias más de medio siglo. Nunca aquello de que " la espera mereció la pena " ha sido tan cierto. Las señoritas más famosas de la capital, ahora convertidas en adorables señoras, ya tienen rostro. Madrid, por fin, puede respirar tranquila.
Por supuesto, gracias a Carmen y Pepita por dejarme revelar este secreto y también a Javier, quién me puso tras la pista de esta historia única. En esta fotografía me podéis ver con Carmen y Pepita, dos de las 'Señoritas de la Gran Vía' que retrató Catalá Roca. Carmen, a mi derecha, es la cuarta chica empezando por la izquierda mientras que su hermana Pepita, es la segunda empezando por la izquierda, la del vestido estampado con flores.