No me lo Puedo Creer
INVOCAR A SATÁN:
Si miras en Google «cómo invocar a Satán» lo primero que aparece son rituales satánicos. No es que lo sepa porque alguna vez me haya pasado por la cabeza comunicarme con el rey del mal (bastante hay en la Tierra, como para llamar a uno de fuera), sino que lo he buscado, expresamente, para escribir este post. Por curiosidad. Para saber si en alguno de estos vídeo-tutoriales de las fuerzas oscuras hacían referencia a la habilidad de los hombres para invocar a Lucifer. Sí, no me estoy yendo por las ramas. Hablo de la capacidad del género masculino a la hora de invocar a Satán, o lo que es lo mismo: cabrear a la parienta.
Si te estás preguntando si hay algún vídeo, post o manual que hable sobre el tema, sobre cómo los maridos, novios, amantes, o lo que se tercie, pueden llevarnos al punto máximo de ira, abriendo las puertas de las profundidades del infierno, la respuesta es «no». Y no lo entiendo, porque talento no les falta.
Sí, ya sé. Ahora va a leer el post algún hombre y va a decir que la culpa es de las mujeres, que somos unas histéricas y que nos lo tomamos todo a pecho. A lo que yo le voy a responder: un pollum como un ollum (traducido: una polla como una olla). Y ahora me entenderéis. Seguid leyendo.
NUNCA TE COMPROMETAS SI TE FALLA LA MEMORIA:
Sabio consejo que deberían seguir todos los hombres, a no ser que les vaya el rollo sado-maso. Si le dices a una mujer «Nena, yo lo hago». Hazlo. Si le dices a tu novia «Cariño, yo lo arreglo». Arréglalo. Si le dices a tu amor «Tranquila, yo te paso a recoger». Pásala a recoger. Nunca, jamás, por nada del mundo, te comprometas a algo que no vas a cumplir porque… las mujeres podemos pecar de muchas cosas (en general): mala orientación, analfabetismo futbolístico, ignorancia automovilística… ¡Pero cuidado! Tenemos una memoria de elefante, sobre todo para los agravios; llámese agravio, metedura de pata, mala memoria o, simplemente, cagada.
Una vez un hombre ha rebasado la línea de lo que nosotras consideramos aceptable, de nada le sirven las súplicas pidiendo clemencia, la buena intención para aclarar las cosas, los regalos de arrepentimiento… Habrá llegado tarde. Si la caga en algo que para nosotras es importante, que se prepare, porque… ¡Habrá invocado a Satán!
Como el día en que mi novio me dijo que pasaría a recogerme por la estación. Lo habíamos acordado el día anterior; en esa época no había móviles (empezaba a haber, pero no era lo habitual). Confiada, al terminar mi día en la universidad, cogí el tren y bajé en la estación de Badalona. Él todavía no había llegado. Tampoco me extrañó; la puntualidad nunca ha sido su fuerte. Ya no me acuerdo el rato que esperé, pero llegó un punto en el que vi claro que no iba a aparecer. Os podéis imaginar el cabreo que me entró. Bueno, si no me conocéis personalmente puede que no os lo imaginéis. Aunque, para que os hagáis una idea: mi hijo siempre dice que cuando me enfado doy miedo, que pongo cara de “Terminator”. Pues ese es el careto que debía poner cuando agarré el teléfono de la primera cabina que encontré (qué antigua soy) y llamé a casa de mis padres.
—¿Está JM? — solté, sin ni siquiera decir «hola».
—Sí, está aquí. Lleva un rato esperándote. ¿Dónde estás?
—Pásamelo, por favor —. gruñí.
En mi casa, que ya me conocen, no hicieron más preguntas y, raudos y veloces, me pasaron con él.
—Hola, cariño, ¿dónde estás? — me preguntó el incauto.
—¿No lo adivinas…? LLEVO UNA HORA ESPERÁNDOTE EN LA ESTACIÓN DE TREN. HABÍAMOS QUEDADO QUE PASARÍAS A RECOGERME.
Silencio al otro lado del hilo telefónico.
—Lo siento cariño. De verdad que no me he acordado —. voz de acojone — Ahora mismo vengo a buscarte.
—¡NO HACE FALTA! — y cuelgo el teléfono más cabreada que antes de llamarle.
En el fondo sabía que no tenía que ponerme hecha una furia. Mi churri es famoso por sus despistes, forman parte de su encanto (otro día haré un post, explicándoos los más sonados). Pero ya era tarde para él. La puerta del infierno se había abierto y Satán en persona, o sea, yo cabreada, había hecho acto de presencia.
Aún así, el pobre salió a buscarme, topando conmigo a medio camino entre la estación y casa de mis padres. Evidentemente, mi ego pudo más que mi compasión, y le ignoré por completo, incluso me negué a darle un beso. Sí, yo era una borde. El único consuelo que me queda es que con los años he ido mejorando como persona; no en «borderío», claro.
Chicas, no os creáis que estas experiencias traumáticas impiden a los hombres llamar a las puertas del infierno más de una vez. ¡Qué va! En el caso de JM hubo una segunda invocación, de esas que hacen historia, al cabo de un par de años del despiste de la estación (ya dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra). Fue durante un curso de primeros auxilios que realicé en la Cruz Roja. Iba los sábados por la tarde, con mi hermana; ella me llevaba en coche. Un día, después de una de las clases, le dije a mi hermana que podía irse sin mí; yo había quedado con JM, el cual tenía que pasar a recogerme. Así que ella se fue. 10 minutos más tarde, él todavía no había aparecido. 5 minutos más de espera. Nada. A la media hora, tuve la certeza de que estaba sufriendo otro de sus despistes. Un dejà vu bastante desagradable, por cierto.
Situación: tirada en un polígono industrial, sin transporte público, ni teléfono (así era la vida antes de los teléfonos móviles).
Resultado: segunda invocación a Satán.Olga
Menos mal que cerca del edificio de la Cruz Roja había un centro comercial, y pude acercarme hasta allí para pedir ayuda desde una cabina telefónica (Nota para los más jóvenes: una cabina telefónica es el dispositivo que utilizábamos, allá por la prehistoria, cuando queríamos comunicarnos con alguien). Ya no me acuerdo exactamente qué pasó, ni a quién llamé primero, pero sí que recuerdo que el SOS lo recibió mi padre, el cual vino a rescatarme en su coche, no sin antes echarme la bronca. ¡Qué culpa tenía yo!¡Hombres! Brrrr…
ALGO PEOR QUE INVOCAR AL DIABLO ES PASAR LA ETERNIDAD EN EL INFIERNO:
Bueno, bueno, bueno… la bronca que le caería al pobre JM, estaréis pensando. Segunda vez que desertaba. Pues voy a dejarlo a vuestra imaginación, no sin antes contaros un secreto: después de dos décadas, sigo recordándole que me dejó plantada. Esa es mi venganza. Ja, ja, ja… (risa diabólica).
No, en serio. La pura verdad es que JM todavía está cumpliendo condena. Primero se casó conmigo y después, aumentó su pena a cadena perpetua, al nacer nuestro hijo. Ja, ja, ja… (otra risa diabólica).
Afortunadamente mi JM tiene muchas otras cualidades que compensan, con creces, sus despistes (algunos épicos y muy divertidos).
Colorín, colorado. Este cuento se ha acabado. To be continued.
Si a ti también te han invocado en alguna ocasión, siéntete libre de contarlo en los comentarios. Gracias por compartir
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About the Author
Olga
Adicta al chocolate y soñadora. Me dedico a escribir por placer.
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