Anoche iniciamos, como cada noche, nuestro bonito ritual de buenas noches. Después de cenar, sentada en el sofá con Bebé Gigante a mi lado y encima mío el cuento y Pequeña Foquita. Normalmente leo mientras la gordida en engancha a su abreló. Pero ayer estaba en plan "voy a boicotear la lectura". Haciendo la croqueta encima mío, cerrándome el cuento, parloteando en su extraño idioma. Tras varios avisos verbales, Bebé Gigante levantó la mano y la estampó en el rollizo moflete de Pequeña Foquita.
Fueron décimas de segundo. Ella ni lloró. A mi no me dio tiempo a decir nada. Bebé Gigante se puso los deditos en la boca, le empezaron a temblar y unos lagrimones enormes cayeron de sus ojitos. El desconsuelo fue de película.
No me alegro ni mucho menos que mi hijo pegara a su hermana. Pero creo que no se volverá a repetir. Vi en él arrepentimiento y sentimientos profundos; muy buenos sentimientos. Todos tenemos arrebatos que no controlamos. Pero es necesario rectificar y darse cuenta si algo que hacemos está mal.
Mi pequeño gran hombre ha dado un paso más hacia la madurez; aunque haya sido a costa del carrillo de su hermanita.